Sexualidad y diversidad funcional ¿Revolución o reproducción?
1Como tenemos una forma de entender el mundo, nos resulta muy complicado poder transmitir un deseo que no recae en la experiencia fálica.
En la actualidad están apareciendo movimientos reivindicativos que centran su lucha en la sexualidad de las personas con diversidad funcional, dada la importancia reivindicativa así como la oportunidad que supone que un grupo cuya morfología corporal y funcional rompa con la normatividad, creemos indispensable realizar un análisis feminista de las trayectorias de estos grupos. En este sentido en el artículo se pretende analizar los riesgos y oportunidades que estas reivindicaciones suponen.
Por Montserrat A. Izquierdo Ramon
En primer lugar, utilizaré el término diversidad funcional en lugar que discapacidad. Entendiendo que el término “discapacidad” está establecido desde el Estado parte de unos criterios ajenos a las propias personas afectadas. En este sentido la categoría se construye de forma parecida a la categoría de mujer. Se construye entorno unos criterio médio-rehabiliradores en los que se prima los criterios hegemónicos de normalidad corporal frente a una serie de población que no cumple estos requisitos. (Pié, 2012).
Por otro lado, conlleva explícita e implícitamente una desvaloración de las personas que categorizadas bajo ese título, se las asume como menos capaces. Es una categoría estigmatizante.
Es por ello que prefiero atender al concepto de diversidad funcional, entendiéndolo como la categoría que incorpora a todas las personas que tienen funcionamientos diversos y que esos funcionamientos conllevan una desigualdad social.
Sexo-género
El hablar de sexualidad nos obliga a establecer una postura en relación a la dicotomía sexo-género. En este sentido, sabemos que los roles de género en una sociedad patriarcal juegan un papel fundamental en la forma de establecer las formas, deseos y tipologías sexuales. Para ello creemos importante empezar entendiendo la dicotomía sexo-género. Así pues, entendemos la categoría hombre y mujer como unas categorías políticas mediante las cuales se perpetúan y naturalizan relaciones de dominación. (Wittig,1992).
Centrándonos en la sexualidad partimos de la idea de “política de lo sexual” (Millett,1969) que se perpetúa mediante la socialización de ambos sexos y que sigue la siguiente forma: “el macho ha de dominar a la hembra, y el macho de más edad ha de dominar al más joven» (Millet,1969:34). De esta manera la dicotomía sexo-género se construye como una estrategia de la política sexual que da lugar a la naturalización del patriarcado.
Entendemos que las categorías hombre y mujer son categorías que pese estar explicadas en criterios biológicos son construcciones culturales. De esta manera las conductas ligadas al género de los sujetos se aprenden mediante la socialización. En este aprendizaje es donde tanto el hombre y la mujer se hacen (parafraseando de forma libre a Simone de Beauvoir).
En este punto es interesante incorporar en nuestra explicación el concepto de “alteridad” que utiliza Beauvoir (1949). Es imprescindible resaltar que estas categorías en tanto de construcciones socio-culturales estratégicas están creadas a parir de actores sociales dominantes. Las categorías hombre y mujer están construidas por los hombres dominantes. Así pues la categoría mujer está construida desde una mirada ajena, se construye como la alteridad.
Las características asociadas a la categoría de mujer en tanto de opuestas al hombre se basan en cuestiones ligadas a la sumisión, debilidad, cuidado y dependencia. En este sentido la posición e identidad social de la mujer dentro de nuestro sistema sociocultural se construye a través de los ojos del dominador haciendo que esta asuma desde niña estas categorías como “naturalmente” propias de su género.
Un punto esencial en esta socialización es la importancia del físico, como estrategia de éxito social cuestión que se observa claramente en los cuentos infantiles donde: la fealdad se asocia cruelmente a la maldad y no se sabe bien, al ver las desgracias que se abaten sobre las feas, si lo que castiga el destino son sus crímenes o su defecto (Beauvoir, 1949:38)
Es imprescindible por otro lado, tener en cuenta ya no sólo la categoría sexo-género sino la misma sexualidad como una cuestión política. Las formas bien o mal vistas socialmente de la sexualidad tanto masculina como femenina están íntimamente ligadas con las formas en las que se entienden que deben ser y comportarse las personas categorizadas bajo los títulos hombre y mujer.
Así pues, el comportamiento tanto en lo referente a la propia sexualidad como a la vida cotidiana va marcada por una serie de roles que afectan tanto a la identidad social como a las personal.
Aún así, existe cierta libertad de movimientos aunque la salida total del reparto conlleva una serie de castigos y puniciones sociales que pasarán por el ostracismo social. Este acto perfomativo a su vez puede utilizarse desde una variante crítica para romper con lo establecido. En esta linea las reivindicaciones de la sexualidad de las personas con diversidad funcional tendría su gran potencial puesto que en tanto que personas que no cumplen con la normatividad corporal o mental las personas con diversidad funcional rompen los estereotipos de género.
La diversidad funcional
Si lo analizamos desde las diferencias entre la dicotomía de sexo-género vemos que, por un lado, los hombres con diversidad funcional tienen características típicamente propias (según estereotipos) de lo entendido como femenino tales como: debilidad y dependencia. Por lo que se refiere a las mujeres, éstas no cumplen con los requisitos de belleza. Son cuerpos abyectos por lo que no cumplen con el ideal de belleza femenino, cuestión altamente importante. Si bien cumplen con criterios relacionados con la debilidad y dependencia éstas deben ser receptoras de cuidados y no dadoras tal y como su rol género dictamina.
Por otro lado, en términos generales sin distinguir entre ambos géneros es interesante resaltar que la imagen socialmente construida como dependiente ligado a la necesidad de cuidados que por la disposición de las ayudas estatales suelen recaer en la propia familia da lugar a un infantilización de este colectivo.
Para entender los peligros que pueden acarrear estos movimientos reivindicativos es necesario recuperar el concepto de deseo, cuestión que creemos que va más ligada al aprendizaje de las conductas ligadas a la sexualidad que ha diferencias meramente biologicas.
Mientras la posición de deseo masculina es una y está centrada en el falo y por tanto está ligado al órgano fálico, es decir, el pene. En el caso del deseo femenino se relaciona con el pene pero desde la ausencia o la castración. Porque en el sistema social patriarcal e inconsciente está construido desde el falogocentrismo por lo que todo aquello que se escapa de él no es transmitible.
Como tenemos una forma de entender el mundo falogocéntrica, nos resulta muy complicado poder transmitir un deseo que no recae en la experiencia fálica. Se intenta transmitir mediante equiparaciones que se acercan pero no acaban de explicar exactamente el deseo.
Una reivindicación sobre la sexualidad en las que no se parta de una perspectiva crítica feminista tenderá pese a su discurso reivindicativo y no normativo a reproducir una perspectiva sexual falogocéntrica. Por un lado, por la dificultad que conlleva describir la posición de deseo femenino, por otro por los condicionamientos propios del heteropatriarcado que afectan a todas las personas.
Concluyendo creo que estos movimientos tienen un gran potencial de cambio. Si bien es cierto que requieren una mirada desde el feminismo para evitar la reproducción sistemática de una sexualidad falocéntrica, es decir, donde predomina la posición sexual masculina.
Que los cuerpos disidentes traten de reivindicarse como sexuales pese a las rupturas que en ellos mismos hay de sus respectivos roles de género es una oportunidad para realizar cambios en los imaginarios colectivos, desdibujando de este modo la estrecha vinculación entre los roles de género y la sexualidad.
Aún así insisto en la necesidad de partir de un posicionamiento feminista crítico que permita salvar de los implícitos falocéntricos que se reproducen inconscientemente.
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