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    Mujeres a la delantera (por fe y estrategia)

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    • por CMI-G
    • en Defensa del Territorio · Destacadas · Minería
    • — 1 Mar, 2015

    Con fuertes golpes las Fuerzas Especiales de la PNC (FEP) hacían sonar las macanas contra sus escudos. El sonido crispaba una tensión incontrolable. Marchando, coordinando paso tras paso, se acercaban a una población expectante. Al llegar a la última línea, justo frente a los opositores de La Puya, hubo un cambio súbito: la población pasó rápidamente a ordenarse. Hasta atrás se ubicaron los hombres, afuera quedaron los niños y los ancianos. Y hasta el frente, las mujeres.

    Por Rodrigo Véliz

    Nómada

    Una de las mujeres que encabeza la resistencia pacífica en La Puya. Fotos: Carlos Sebastián

    Una de las mujeres que encabeza la resistencia pacífica en La Puya.
    Fotos: Carlos Sebastián

    La alineación provocó sorpresa entre las Fuerzas Especiales de la Policía (FEP). Algunos retrocedían y otros frenaban en seco. Unos a otros se veían las caras sin saber exactamente qué hacer. Todos buscaban a su superior inmediato persiguiendo algún tipo de guía. No la había.

    Los rezos y cantos religiosos que siguieron fueron la estocada final. Las FEP estaban severamente confundidas, incapaces de realizar la tarea que desde el Ministerio de Gobernación les habían encomendado: desalojar a la población que desde hacía varios meses se encontraba ocupando la entrada de la mina de oro Proyecto VII Derivada, en La Puya, a 10 kilómetros de la capital.

     

    Una mujer reza frente a los policías.

    El fallido desalojo coronó un proceso de meses de autoformación. Las mujeres habían logrado efectivamente hacer prevalecer su estrategia entre los de la resistencia pacífica en La Puya, entre San Pedro Ayampuc y San José del Golfo. Con ello habían logrado también un paso en el respeto que se tenían hacia ellas mismas, y en el que los hombres les daban.

    Feliza Muralles recuerda con claridad el sentimiento que llevó a muchas mujeres a buscar más protagonismo en una sociedad que, por costumbre (y torpeza), las relega a un plano subordinado. «Nos dimos cuenta que ya era tiempo que despertáramos, de dejar de estar ignorantes, dejar que hagan con nosotras lo que quieran. Nos sirvió como escuela, tener más independencia, tomar nuestras propias decisiones».

    Rompiendo el molde

    El protagonismo de las mujeres no fue planificado. A la llegada de los primeros mineros y las primeras máquinas, los hombres rápidamente ocuparon la primera línea. La tensión creció y el intento de llegar a los golpes hizo su inevitable presencia.

    Allí surgieron las voces de las mujeres. Yolanda Oquelí, la cara más visible de la resistencia de La Puya, pone como ejemplo los intentos de desalojo en San Rafael, Jalapa. «Allí los hombres se pusieron hasta el frente», resalta, recordando la cantidad de heridos y muertos que ha provocado hasta hoy un conflicto minero que se manejó desde un inicio a partir de la fuerza y la violencia.

    «Acá un grupo de hombres buscó salirse de las estrategias consensuadas. Les dijimos que eso no iba a pasar, porque si pasaba los iban a arrestar y golpear. Nosotras íbamos a tener que movilizarnos y no dejar que se los llevaran. Si se los llevan, flaqueamos. En cambio va a ser más difícil que nos golpeen a nosotras».

    Las razones de pasar a la primera línea tenían, además, un origen más profundo. «Hay una conexión directa de las mujeres con el agua. El uso cotidiano del agua, lo que se puede pasar por su falta, son las mujeres las primeras que la sienten», resalta Miriam Pixtún, de San José Nacahuil, la única comunidad indígena (kaqchikel) del área. La región, al norte del departamento de Guatemala, marca el inicio del Corredor Seco del país. Un territorio de escasa agua, con tierra poco fértil, y con fallas sísmicas potencialmente catastróficas.

    También es un territorio con altos niveles de arsénico en la superficie y en el agua. Con las explotaciones que la mina pretende realizar todo ese arsénico se dispersará por cultivos y su presencia aumentará, señala un estudio difundido sobre el Estudio de Impacto Ambiental, hecho por Robert Robinson y Steve Laudeman.

    Eso y el uso masivo del agua es lo que consternó desde un inicio a una mujeres preocupadas desde antes por el agua.

    La participación de las mujeres rápidamente catapultó la de sus hijos e hijas. Y pronto la de sus esposos. En cuestión de meses la resistencia de La Puya era una lucha familiar. Cada uno tenía un rol importante.

    Por las tardes es usual encontrar allí, en la puerta de la mina, a niños y niñas que realizan las tareas que les dejan en la escuela. En los días en que se han intentado desalojos, se les ve desde lejos gritando consignas, llorando, rezando. Son parte de la resistencia.

    Comunidad de La Puya 1

    El proceso no ha sido fácil. Al inicio los hombres no estaban de acuerdo con una participación tan activa. Rápidamente comenzaron las usuales tácticas de un machismo arraigado: los rumores sobre lo que las mujeres «realmente iban a hacer». Varias mujeres recuerdan las fricciones que provocó en sus hogares. «Pero teníamos que ir, es el agua, es por la vida, por nuestros hijos», recuerda Deodora Oliva.

    Ahora las cosas en la toma han cambiado. María Palencia recuerda que una vez llegó a hacer su turno en la resistencia y el cuarto en donde duermen los hombres en las instalaciones estaba desordenado. Los regañó fuertemente y en cuestión de minutos todo estaba limpio y en orden. «A veces cuando estamos muy atareadas los hombres ayudan a picar cebolla, a traer el agua, a barrer un poco».

    Hasta acá la foto perfecta. En el hogar las cosas no han cambiado mucho. «Ya en la casa es diferente. Allí ya consultamos lo que tenemos que hacer», dice con una sonrisa avergonzada. Pero regresa: «Acá sí somos nosotras».

    Hablando con un hombre que presenciaba un festival de solidaridad en La Puya, me contaba emocionado sobre el papel de las mujeres y los cambios que esto provocó. Al llegar su esposa, su voz cambió y la historia tocó un tono más gris. Alerta del cambio, la mujer preguntó de qué hablábamos. Lo hizo quedar en ridículo: él no estaba de acuerdo con que ella participara.

    La igualdad de condiciones en el hogar aún es otra batalla. Como también está pendiente la batalla con el Estado y el proyecto minero que desean instalar. Su resistencia lleva más de dos años, y en muchos momentos su espíritu ha flaqueado. Es normal, dicen. Lo que las ha ayudado es el apoyo de otras organizaciones y comunidades. Y la presencia de dios, claro.

    Un puente con la ciudad

    Por primera vez en mucho tiempo hay apoyo desde la Ciudad a un movimiento político de provincia. Desde el colegio Liceo Javier hasta otras agrupaciones de la Iglesia Católica, este movimiento de mujeres ha recibido un apoyo inusual.

    «Nos motiva mucho este tipo de apoyo. Nos motiva que haya un Dios que esté con nosotros», afirma con lágrimas Deodora Oliva, que en el último desalojo del 23 de mayo de 2014 recibió varios golpes de parte de la policía.

    La presencia de una parte de la Iglesia Católica está desde un inicio. El párroco franciscano, Armando González, que estaba encargado de varias aldeas de San Pedro Ayampuc, fue el primero en dar a conocer en una homilía la existencia del proyecto minero.

    A esto se le sumó el trabajo que venían realizando otras organizaciones religiosas y comunitarias, algunas con experiencia en el conflicto minero en San Miguel Ixtahuacán, que realizaban pequeños talleres sobre la minería y el conflicto armado interno. Esta fue la base que permitió, pese a lo espontáneo, una organización que tomó forma y fuerza con bastante rapidez.

    La caminata de apoyo era de parte de los franciscanos. «El mundo no es malo, es una revelación de Dios, y nos relacionamos también con él a través de la naturaleza. La minería, por esto, es un atentado a la dignidad de los católicos. La Puya es una lucha muy franciscana», afirma Fray Víctor, mientras en el fondo se da un discurso de uno de los párrocos franciscanos visitantes, alentando a sus oyentes a no cumplir órdenes del Estado, si atentan contra la vida y la dignidad. Algo como lo que decía monseñor Óscar Romero en los ochentas en El Salvador. Romero fue asesinado y está en proceso de ser canonizado en Roma.

    Teodora Véliz resalta lo mucho que el apoyo de dios les ha ayudado. «Hay veces que nos sentimos decaídos, con pocas ganas, pero de allí nos da un levantón de ánimo pensar que Dios todo lo puede. Estamos en este mundo por nuestro señor, no por nadie más. Eso nos mantiene y fortalece. Cuando viene la policía a reprimir, allí está Dios. Y gracias a él nadie ha perdido la vida».

    La fe es un acicate fundamental en sus esfuerzos. No es sorpresa, dice la socióloga feminista Sandra Morán. «La religión es lo que tienen a la mano, y por eso les da fortaleza. Su resistencia no parte de una idea política, sino de una necesidad vital y espiritual. Necesidad que se vuelve en una herramienta política».

    El futuro y las preguntas

    El último intento de desalojo, recordado en La Puya como “el 23”, logró finalmente su cometido. Esta vez la policía contrarrestó la estrategia que en otras ocasiones había ayudado a las mujeres de la resistencia. Replicaron su táctica e hicieron un poco más compleja la suya.

    En las primeras horas del 23 de mayo la primera fila de las FEP estaba liderada por mujeres. Fueron ellas las que comenzaron el desalojo y las que se encargaron de retirar a las mujeres de sus lugares. Atrás estaba el resto de elementos policiales, lanzando gases lacrimógenos, y en un costado, en un cerro, el resto de las FEP lanzaba piedras y palos a la resistencia.

    Luego de cuatro horas de ajetreos, finalmente las policías mujeres desalojaron la entrada de la mina. Atrás de las fuerzas estatales venían los camiones y el resto de maquinaria que llevaría a cabo las excavaciones y la construcción de las instalaciones para explotar el oro que se encuentra bajo las montañas.

    El desalojo fue un fuerte golpe. Pero horas después los vecinos estaban de nuevo en los alrededores de la entrada de la mina, reconstruyendo sus propias instalaciones.

    Al preguntarle a Juana Catalán de Reyes sobre la razón que los motiva a seguir, no titubea: «La fe y la esperanza». Ni una palabra más, solo una mirada transparente al entrevistador.

    Pese a lo apoyos y el buen ánimo que se vive en La Puya, aún hay muchas dudas en el aire.

    Para algunas mujeres, todo va a depender de la voluntad de dios. Él decidirá hasta dónde pueden llevar su resistencia.

    Para otras, menos religiosas, el futuro es más complicado.

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    Etiquetas: MineríaPuyaResistencia PacíficaSan José del Golfosan pedro ayampuc

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