La izquierda no tiene la intención de tomar el poder
1La Izquierda, tanto la partidaria como la social, no tienen la intención de tomar el poder. Pese a sus declaraciones, discursos, profesiones de fe y escritos varios, la realidad es que su actuación ha sido, por lo menos en los últimos quince años, cualquier cosa menos una acción dirigida a tomar el poder.
Por Carlos Barrientos Aragón
A lo sumo se han acomodado a lograr uno que otro cargo de elección popular, o bien a que se responda a alguna demanda de los sectores empobrecidos y marginados. En otros casos se dice que se quiere construir un nuevo poder que venga desde abajo, pero no se ha pasado de pequeños experimentos que no han llegado a cuajar.
En lo fundamental la izquierda no quiere tomar el poder por al menos tres razones. La primera es que ha aceptado la fragmentación intencionada que hace el sistema al dividir a la sociedad en espacios desconectados. Desde esa óptica, la separación de izquierda social e izquierda partidaria es una muestra de que se ha olvidado que la sociedad es una totalidad y que si se hacen separaciones para analizar, por ejemplo, lo social, político y económico, es únicamente con ese fin -el análisis- pero en el plano de la realidad, todos estos componentes interactúan y se influyen mutuamente.
La derecha sí tiene muy clara esa totalidad; de esa cuenta, el sector empresarial, en particular el pequeño grupo de las más poderosas familias de la oligarquía, financian candidaturas y colocan a sus operadores en los distintos niveles de gobierno. Deciden qué tipo de inversión impulsan y garantizan que haya leyes y funcionarios que les faciliten sus inversiones. Deciden cuánto pagan de impuesto -generalmente lo menos posible- y por esa vía y la de tener personas afines en puestos claves, deciden qué políticas públicas se impulsarán. Tienen antiguas relaciones con abogados que posteriormente llegan a ser jueces y magistrados a diferente nivel que les garantizan sus intereses. En resumen, actúan en todos los planos posibles de la realidad.
La izquierda mientras tanto, actúa desarticuladamente. Quienes están en el Congreso, municipalidades o en los organismos ejecutivo o judicial, tratan que sean aceptadas algunas de las demandas de sectores sociales, organizaciones o Pueblos. Pero muchas veces no conocen el detalle, historia y luchas que hay detrás de esas demandas. No consultan ni debaten con las organizaciones sociales o Pueblos cuál será su actuación parlamentaria o municipal. Y en ocasiones es altamente criticada porque se convierte en una actuación a título personal; y como tal, en la práctica actúa en desacuerdo con las demandas sociales.
Quienes están en puestos de gobierno, nacional o municipal, o en el organismo judicial tampoco consultan o aprenden de los movimientos sociales y tratan de que su actuación se quede en el plano “neutral” y “profesional”. Como si la derecha no actuara de forma parcializada y en beneficio de intereses claramente definidos. Por su lado, desde los movimientos sociales se acude a los “compañeros o compañeras” cuando se quiere que alguna demanda llegue a los organismos de Estado o sea tomada en cuenta. No hay interacción, información, ni planificación conjunta; en síntesis, cada quien por su lado.
Mientras la izquierda no supere en sus concepciones y sus prácticas esa división entre lo político y lo social, entre lo político y lo económico, entre izquierda social e izquierda partidaria, no se está trabajando realmente para tomar el poder. Vale recordar las palabras de José Aricó: “…la sociedad capitalista escinde el campo de lo “económico” y lo “político” como elementos absolutamente diferenciados, y los escinde no sólo en el plano de la teoría, sino fundamentalmente en el plano de la realidad…de tal modo que la propia fuerza que se supone transformadora de esta sociedad y reconquistadora de la unidad entre economía y política, sufre las contingencias de esta división”.
La segunda razón por la que la izquierda no quiere tomar el poder es porque se ha olvidado que la política es cotidiana y ha caído en la trampa de creer que la participación política se da cada cuatro años al votar y, supuestamente, elegir. Por eso la vemos, en cada proceso electoral que se agita, alborota y se acerca a la “ciudadanía” con llamamientos de que “ahora sí, es el tiempo”, “hay que participar”, “hay que definirse por la opción de izquierda”, etc. Se ha olvidado que la batalla se da cada día y que el principal reto es que desde una demanda por agua potable, mejoras en la salud o educación, acceso a tierra, el ejercicio de la libre determinación o el enfrentar la corrupción y la impunidad; éstas y otras luchas se conciban e impulsen dentro de la lucha por tomar el poder. Es decir, las más variadas demandas y luchas deben llevar a la comprensión de que el problema va más allá de la demanda concreta; que las demandas no se resolverán plenamente si no cambia el sistema político y económico.
Pero además, desde la izquierda la democracia se comprende como la participación organizada de la población -en particular la que históricamente ha sido marginada y desposeída- en la toma de decisiones desde las más pequeñas hasta las más trascendentales. Por lo tanto, la participación cada cuatro años en los procesos electorales debe concebirse como la culminación de una fase y un proceso en el que se ha ido acumulando fuerza, capacidad organizativa y de movilización, participación a distintos niveles y una conciencia que de lo sectorial ha pasado a la conciencia de un proyecto nacional de revolución y cambio social. Mientras la izquierda no asuma que la lucha política es cotidiana, y no juegue un papel para que en ese proceso cada vez más se amplíe la conciencia y convicción de que es necesario transformar desde sus raíces el sistema político, social y económico; seguirá siendo copartícipe de ese espejismo en el que cada cuatro años se cree que con el voto se “deciden” los destinos del país.
La tercera razón por la que la izquierda no quiere tomar el poder es porque ha confundido los puestos de elección popular con el Poder. Incluso se llega a decir de forma mecánica que primero hay que tomar el poder político -entendiendo éste como el ejecutivo- y después se hacen los cambios; como si los tribunales, el Congreso, las municipalidades y una serie de organismos estatales no fueran parte del poder político. Para infortunio de la izquierda, la derecha también aprende y ha aprendido que si pierde la presidencia de un país, todavía le quedan las cortes y tribunales; además de diversas instancias estatales para seguir siendo parte de las decisiones políticas. Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Ecuador, Venezuela y El Salvador, por mencionar algunos, son prueba elocuente de que la derecha ha aprendido.
La actual lucha que se libra en Venezuela es una muestra de cómo, aún perdiendo buena parte del poder político, la derecha, sin importarle pasar por encima de la nueva legalidad, hace uso de su poder económico -y no digamos de los medios de comunicación- para sabotear, entorpecer y pretender disputarle el poder al Proyecto Bolivariano. Lamentablemente en nuestro país la izquierda parece haberse olvidado de esas otras dimensiones del poder, o ha caído en una visión mecanicista y de receta. Mientras no se cambie esta visión, a lo sumo se logrará ganar algunas batallas, pero no se estará luchando por tomar el poder.
No nos engañemos. La izquierda podrá “modernizar” o edulcorar su discurso al grado de desdibujarlo o hacerlo “más atractivo”. Podrá conseguir un candidato o candidata con mayores simpatías. Podrá forjarse la más “granítica” alianza de los partidos de izquierda o desarrollar amplias movilizaciones. Pero mientras siga separando lo social de lo político, crea que cada cuatro años se participa y se decide el destino de Guatemala y limite su visión al “poder ejecutivo”, seguirá haciendo pocas o muchas cosas pero no lo necesario por realmente tomar el poder.
Cada quien es del tamaño del adversario que escoge. Si escogemos vencer a tal o cual candidato o alcanzar una determinada demanda social, sin demeritar lo que se logre, seguiremos teniendo un horizonte limitado. Pero si queremos encarar los retos que tenemos por delante y escogemos transformar nuestra sociedad y sacar del poder a quienes durante los último sesenta años, – por no decir lo últimos quinientos años – lo han corrompido todo, actúan impunemente y exprimen a la mayoría de guatemaltecas y guatemaltecos; ya es hora que trabajemos realmente en esa dirección.
Iximulew, 20 de abril de 2015.
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tristemente la diferencia entre ambas corrientes es muy profunda, debemos pensar como movilizarnos por una nueva ruta, una ruta no conocida o predecible por los intereses de la derecha elitista… el miedo que nos inunda a encabezar movimientos son parte del sangriento sistema económico que nos rige, por el capitalismo elitista que aplasta a quien se salga del camino. Pero de una y mil maneras las voces surgirán del silencio nuevamente y gritaran la verdad… nos han llenado de pensamientos y formas de vida para cuidar nuestra existencia , para mantenerla aunque sea en la miseria , para callar y dar gracias por las migajas que nos dejan… La Guatemala luchadora que un día el che guevara mencionaba , ha quedado dormida, por razon de las muchas anestecias capitalistas, pero despertaras Guatemala, conmigo o sin mi, solo se que sembrare una semilla que conjunta a la que muchos mas sembraran, daran el fruto que alimentará a las generaciones y vidas guatemaltecas que nos llevarán a la victoria… SOPORTA GUATE Y SIGUE LUCHANDO