Estigmas sociales
0Por Diana Vásquez Reina
Estas serían unas líneas sobre tatuajes y prejuicios hasta que mi tatuador me dijo: “deberías abordarlo desde los dos paradigmas que tú rompes”. Yo me quedé con cara de circunstancia, no entendí a la primera su comentario porque había olvidado que tener tatuajes y ser lesbiana no está bien visto en nuestra sociedad conservadora que se jacta de tener conciencia blanca y esconde su doble moral y su mentalidad enferma y violenta, las cuales salen a relucir en cualquier espacio, hasta en el tránsito.
Esas dos características (porque para mí ser lesbiana y tener tatuajes es como decir de qué color son mis ojos) no son las únicas que rompen las normas en mi país, pero claro, en mí son las evidentes, las que se notan. Y hay que decirlo, en Guatemala importan las apariencias, el meollo del asunto es cuánto mostrar: en efectivo, en el modelo del carro, en las cosas, en tener cosas y más cosas.
Sé que hay mentalidades que han cambiado, lento, muy lento, pero que cambiaron y siguen cambiando. Lastimosamente hay muchos temas más que hay que obligar a que cambien, como la violencia de género, el racismo, la sexualidad. Hablar de sexo, por ejemplo, es algo tan natural y humano, pero sigue siendo tabú hasta para los más alternativos.
También sabemos qué pasa cuando se habla de feminismo: las olas de insultos se convierten en una vacía tormenta sin argumentos. El placer sexual y el derecho a elegir sobre la sexualidad se han satanizado, porque se prefieren demonios e infiernos reales (violaciones, niñas y adolescentes embarazadas) a tener vidas plenas, placenteras y sanas.
Entonces, el tema giró en cómo estigmatizamos en Guatemala. La palabra estigma viene del latín stigma, que significa ‘marca hecha en la piel con un hierro candente’, ‘nota infamante’, y este del griego στίγμα stígma. Estas marcas o señales en el cuerpo fueron impuestas para diferenciar a los seres humanos.
Los católicos reconocen algunos estigmas como divinos cuando se trata de la huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos santos en éxtasis, como símbolo de la participación de sus almas en la pasión de Cristo… bla, bla, bla, pero a la larga y para ser concretos, los estigmas actualmente mantienen la connotación de marcar diferencias con hierro candente (sobre todo moralista), bien con pena infamante (que causa deshonra), bien como signo de esclavitud.
Preferir pircings, llevar tatuajes y mostrarlos, vestirnos de rosa fluorescente o los colores que elijamos, usar el cabello largo en los hombres, corto en las mujeres, ser joven, tener una piel distinta a la blanca, ser rebelde, salirnos de los convencionalismos visibles siguen siendo estigmas en sociedades obtusas como la nuestra.
Llevemos los estigmas más lejos. Seguimos estigmatizando las ideologías políticas, la pobreza, a las mujeres, a los indígenas, a los jóvenes. Tenemos divisiones y definiciones específicas (aprendidas, ni siquiera llegamos a ellas por nosotros mismos) para cada uno de estos universos que hasta parecen desconocidos e invisibles.
Como sociedad nunca nos replanteamos nuestros imaginarios, nunca indagamos de dónde vienen esos conceptos no solo antañones, sino que contravienen los derechos humanos. En lo personal me preocupa que muchos jóvenes conserven, repitan y transmitan los estereotipos machistas, violentos y excluyentes que han impedido el desarrollo de país desde hace décadas.
Un amigo me contaba que no quería que su madre interviniera en la educación de su hija, porque no quería repetir el atraso de dos generaciones. Los abuelos educan a nuestros niños y jóvenes, en lugar de acompañarlos, y las religiones y las escuelas los terminan de adoctrinar para que prevalezcan las incuestionables tradiciones, incluso las equivocadas.
Por cierto, ya que entramos en la Cuaresma católica, hago una analogía: si Cristo caminara por las calles de Guatemala, sería criticado por ser un hippie que predica el amor, en lugar de trabajar aunque sea en un call center; por llevar el pelo larguísimo “como mujer”(según la complexión occidental que nos enseñaron); por acercarse a los pobres, porque seguro se codea con los oenegeros aprovechados del conflicto; por llevar esos estigmas visibles, los mismos con los que muchos se sienten incómodos, y que en el menor descuido, por atentar contra el statu quo, sería linchado o se le aplicaría la pena de muerte, esa con la que muchos están de acuerdo en Guatemala. Y así, sin cuestionar, repetiríamos la historia. Y sí, en Guatemala estamos a pocos pasos de seguir repitiendo nuestra lamentable historia.