El diálogo como fetiche
1A propósito del diálogo al que insta el “Comunicado de la Conferencia Episcopal, la Alianza Evangélica de Guatemala y la Comunidad Judía de Guatemala, ante coyuntura nacional”, publicado el 18 de septiembre de 2017, y el comunicado del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF) que respalda a esas tres instancias religiosas, y que fuera publicado minutos después de darse a conocer en conferencia de prensa el comunicado de los religiosos en el que instan al respeto del “estado de derecho”, la “institucionalidad” y al “diálogo” ante la situación de crisis política. Por cierto, un momento coyuntural desatado por organismos del Estado, particularmente el Ejecutivo y el Legislativo, que tiende a reacomodos y quiebres en la actual correlación de fuerzas en el país.
Para el 20 de septiembre, una amplia gama de diversas organizaciones sociales, campesinas, universitarias, académicas, de derechos humanos, etc. ha convocado a un Paro Nacional que incluye lo que se prevé será una masiva marcha en la capital que se replicará con marchas, bloqueos y manifestaciones en distintos lugares del país. La demanda inmediata que prevalece es la renuncia del mandatario de la República, Jimmy Morales, y la de todos los diputados. Una demanda que puede conducir a una reestructuración de un Estado cooptado, maniatado y controlado por una macro red corrupta conectada al crimen organizado y a poderes reales y fácticos dependiendo el giro que tomen los acontecimientos.
Todas las fuerzas políticas del país parece ya volcadas a dirigirse a un cambio en esa dirección o contenerlo desde aquellas que operan en la “oscuridad”, incluso las que favorecen acciones superficiales disfrazadas de cambios sin que nada cambie finalmente. Debilitar los primeros pasos que se den el 20 de septiembre, puede ser otra estrategia. Una semana comienza, con diversos escenarios que apuntan a una recomposición de los grupos de poder y un nuevo equilibrio de fuerzas teniendo como telón de fondo una crisis política que puede conducir a cambios insospechados.
En ese contexto e intereses que subyacen de fondo, a continuación se publica un breve extracto del ensayo titulado El diálogo como fetiche, publicado en El Observador Nos. 42-43, marzo de 2014, cuya autoría pertenece a Luis Solano.
La farsa del diálogo que “todo lo puede”
Cuando el diálogo se convoca para resolver o conciliar intereses, en igualdad de condiciones, sin imposiciones, sin hacer prevalecer la fuerza o el poder, puede decirse que es válido. Que es un instrumento necesario para que las partes en pugna solucionen una problemática.
Pero cuando el diálogo se disfraza de buena voluntad política y es impulsado desde posiciones de desigualdad, de fuerza, desde el control del poder económico y político, y bajo esa figura se busca imponer pacífica o violentamente los intereses de la parte que se encuentra en franca superioridad, debido a que las fuerzas de seguridad y del aparato estatal de justicia se encuentran supeditados a sus designios, entonces el diálogo pierde su carácter de instrumento conciliador.
El diálogo, así, adopta otra figura: la de un instrumento para acorralar al adversario, enemigo o contraparte. Quiere someterlo a que acepte las ideas, proyectos, modelos, etc., del poder hegemónico, al obligarlo a sentarse a una mesa en condiciones desiguales para que se hagan prevalecer los intereses del poder dominante.
Pero si al mismo tiempo, ese otro “diálogo” se expone como la “única” vía para encontrarle solución a problemáticas que trascienden la conciliación, precisamente porque son de carácter estructural, entonces podemos decir que el diálogo es un fetiche.
Esas fuerzas que aprovechan la desigualdad entre las partes, expondrán entonces que el diálogo lo es “todo”, que el “diálogo” visto así tiene esa capacidad por sí mismo de resolver la “conflictividad” social y permitir que las tan ansiadas inversiones privadas –sean nacionales o transnacionales- se acepten, legitimen y se impongan.
Cuando ese tipo de diálogo esconde la desproporción de fuerza a favor del gobierno y de los grupos empresariales nacionales y extranjeros, también esconde el contenido de las causas que originan las diferencias antagónicas entre ellos y las comunidades que habitan territorios que protegen y defienden, porque ahí están sus medios de vida y reproducción.
De esta manera, cuando el diálogo se hace ver como que “lo es todo”, entonces supone que quien no lo acata está en contra del desarrollo y la Democracia. En la práctica, son aquellos poblados y comunidades opuestos a esas inversiones y modelos de desarrollo que expolian las riquezas naturales en función exclusiva de obtener lucro, quienes serán criminalizadas desde esas visiones racistas que predominan en el poder; discriminadas y tachadas de ignorantes.
En el fondo, se les niega sus derechos a implementar modelos y formas diferentes al desarrollo occidental, que en función de obtener ganancias violenta la naturaleza, el territorio y divide a las comunidades destruyendo su tejido social.
Esas fuerzas que controlan al Estado y el Capital se escudan entonces en que hay que impulsar y respetar el Estado de derecho, lo privilegian por encima de intereses colectivos, comunitarios, bajo el argumento fetichizado de que la ley lo es todo; una ley que a todas luces fue diseñada por los bloques de poder y elaborada para proteger y favorecer sus intereses particulares y empresariales.
Excelente descripción de Luis Solano de esta degeneración del diálogo. En distintas esferas de la sociedad, quienes están en una posición de poder -directivos, funcionarios, burócratas- acuden a estos supuestos diálogos sólo para aplacar las demandas que se les hacen o como maniobra para aplazar las decisiones que no favorecen sus intereses, es decir, darle largas al asunto y cansar a los opositores.