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    Crónica de una resurrección

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    • por CMI-G
    • en Arte y Cultura
    • — 31 May, 2015
    Foto: Roderico Yool

    Foto: Roderico Yool

    Cuando Lope de Vega puso en esas voces míticas, graves, dramáticas y elocuentes, ese grito legendario que denunciaba los terribles vejámenes de un comendador déspota; no habrá imaginado jamás, el grito de personajes, ya no ficticios ni teatrales, que se levantaría muchísimos años después de su obra maestra, un grito de júbilo elevado en una nota única.

    Por Emy Coyoy

    Esta vez no fue una minoría exigiendo justicia, ni un grupo de campesinos cerrando las calles exigiendo tierra, ni el magisterio dejando solitarias las cátedras con sus pizzarrones repletos de cifras eternas e inciertas, tampoco fueron las expac, restos vivos de un pasado doliente que reclama restablecerse en el ajado tejido social; no eran las madres y esposas de pilotos de transporte público pidiendo seguridad para una de las profesiones más peligrosas, no fueron los sancarlistas con sus capuchas, bates y pintas desperdigadas a su paso, tampoco eran hordas de ambientalistas exigiendo sacar a las mineras de nuestros territorios, no había nadie con un color, con una etiqueta o un carné de identificación, porque en realidad, éramos todos y todas.

    Y ahí estábamos, apelmazados bajo la lluvia sorpresiva, agua destilada de un cielo amado, un cielo que lloró de júbilo al ver tanta unión en una tierra de barreras, porque ahí, en ese Parque Central, no había ni tuyo ni mío, ni barreras regionales, sociales, políticas, sexuales, religiosas, ideológicas, raciales, étnicas, gremiales, generacionales… no había más que una sola voz repleta de voces, la nota musical más maravillosa que jamás escuchará el humano, porque las contiene todas en ella misma.

    Por unas horas los límites se desbibujaron, las divisiones solo eran operaciones matemáticas y las diferencias, un cuento remoto extinto en el viejo pensamiento. Durante esas horas, el tiempo del mundo se congeló solo por nuestra presencia, solo para dejarnos ver que cuando queremos, la convivencia pacífica y positiva es completamente posible, el tiempo se había detenido para darnos una pequeña degustación de utopía social:

    Nadie se empujaba para llegar antes, ni se agredían unos a otros, no había violencia, no había basura tirada en las calles y si caía algo, inmediatamente era puesto en su lugar por hormigas que limpiaban, había canto, zancos multicolores, sonrisas sinceras, orden al caminar, no había destrucción, ni pintas, no había rostros cubiertos, todos con la expresión libre y abierta, los más pequeñitos, nuestro futuro, la infancia bendita estaba ahí participando y se les respetaba como debe ser, los perros con sus compañeros, con la lengua al aire y las patas firmes en un suelo de libertad donde nadie los pateaba o dejaba morir de hambre; los más sabios, también estaban ahí, con todas las dificultades que el cuerpo cargado de años da y nadie los menospreciaba, se respiraba respeto, soplaba un viento fresco, uno que solo sopla cuando se está en la frontera de la realidad y la utopía, los que conocieron Waslala sabrán de eso.

    Esta vez Laurencia surgió de las llamas indiferentes y cansadas, su grito de mujer retumbó los cuatro puntos, su indignación alcanzó a toda nuestra tierra taciturna y la hizo volver a la vida de un empujón. El consejo de hombres no reaccionó hasta verla hecha una fiera, una indómita mujer que exige justicia y escupe al yugo traidor.

    El comendador ha hecho un mingitorio nuestra nación y con cinismo funesto nos obliga a acarrear el hielo para mitigar el pestilente tufo de su corrupción. Pero estas agresiones no son eternas, nuestra gente es de bien, luchadora, buena del alma, con un brío propio; pero no pendeja, no hay que confundir, y se ha llegado el día en el que el dolor se vuelve brasa para atizar el fuego que calcinará a los traidores de la patria.

    La vida de nuestra tierra despierta ahora, como aquella tarde cuando entró desgreñada y fuera de sí la heroica Laurencia, sus gritos nos sacan del letargo maldito. Nos limpiamos la modorra de años, tomamos nuestra identidad sobre la frente, en alto, para que el comendador la observe desde su almena y vea como las inmensas columnas de humanidad se aproximan sin chistar, sin un paso atrás, llenas de cantos de vida, de amor, de unidad, de trabajo, de manos limpias… de paz.

    Cámaras de vigilancia inexistentes en los actos diarios de violencia, pero activas a la perfección en esta manifestación masiva, micrófonos en las solapas de los sacos de unos cuantos orejas infiltrados, bloqueadores de señal telefónica, amenazas cibernéticas, llamado al orden y calma por parte del comendador, especulación de campaña negra y publicidad partidista, señalamiento de difamación por crisis financiera y una ensarta más de baches para acallar a la multitud…¡ja! ni siquiera el aguacero dispersó a las hormigas furiosas, porque esta vez el silencio ya corrió lejos de aquí, esta vez ya no nos callan con nada más que con justicia.

    Esta vez no hay un Frondoso castigado, ni una Laurencia dejada a la deriva, esta vez hay una tierra completa, con toda su historia a cuestas, con todos los colores en una sola prenda, con toda la lluvia bendita escurriendo de harapos y plásticos, toda una tierra de mar y sol sin tregua hasta la gloria de una patria digna.

    Ya no hay nombres, ni caras, ni números, ni líderes designados, ni a quien señalar como Laurencia, aquí ya solo hay un ¡FUENTEOVEJUNA SEÑOR!.

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