Consentimos al sistema
0Por Diana Vásquez Reyna
La corrupción en Guatemala cubre por completo el funcionamiento del país. Desde la venta de celulares que han sido robados hasta profesores que ocupan espacios en universidades no por su trabajo académico, sino por redes de contactos (“tener cuello”). Desde funcionarios que obtienen propiedades con precios muy inferiores a los del mercado hasta la construcción de complejos inmobiliarios de lujo y no tan de lujo, que podría tratarse de lavado de dinero que, por cierto, nadie investiga ni regula.
La corrupción se mueve en todos los niveles. Eso que tanto repudiamos en las manifestaciones sabatinas es lo que hemos permitido-ejercido desde hace mucho tiempo. Así que algo que deberíamos admitir, sin escepticismo ni deslegitimación, es que la crisis política y económica en que estamos no se resolverá en cuatro meses de protestas.
Para hacer cambios reales falta formación política no viciada por un conocimiento capitalista que se basa en el consumo y en el desarrollo individualista. Somos desiguales cuando nacemos, eso es lógico, pero las condiciones sociales de un país deberían ser capaces de otorgar oportunidades a todos, sin importar el origen o el campo de interés.
Tenemos “fuga de cerebros”, tenemos mano de obra barata. Los call centers son las nuevas maquilas; las empresas consienten cualquier maniobra para evitar el pago de impuestos o prestaciones. Los bancos reciben en sus cuentas dinero de extorsiones, que trae consigo la validación de la violencia. El desarrollo rural que tanto promocionan los megaproyectos se evidencia como el que envenena al medio ambiente, el ecocidio ocurrido en el río La Pasión, Petén, es un claro ejemplo.
Esa reptante corrupción tiene mecanismos de desinformación, confusión y aturdimiento. El dinero mueve al mundo. Se crean puestos para admitir a familiares de funcionarios en el aeropuerto La Aurora y se mantienen plazas fantasmas en el Congreso para desviar dinero público, solo por mencionar dos casos. Empresas o quienes tienen el capital suficiente hacen lo que saben hacer: comprar y vender. Algo que hasta la comunidad internacional sabe muy bien es que en Guatemala todo puede comprarse: territorios, información, justicia… el largo etcétera que engloba sobre todo voluntades.
Este sistema resuelve los conflictos con dinero o con pólvora. Disfraza o entierra los acontecimientos o ciudadanos que le estorban. Puede montar todo un operativo mediático y policial para criminalizar y capturar a defensores de derechos humanos. Los mete en la misma cárcel donde se encuentran pandilleros sentenciados por homicidio.
Solo hace una diferencia en delitos cuando se trata de delincuentes de “cuello blanco”, que tienen su propia cárcel VIP, donde pasó tiempo el expresidente Alfonso Portillo. Se tarda demasiado en investigar y presentar pruebas contra funcionarios que se enriquecen o enriquecieron deliberadamente durante su gestión. El sistema está defendiendo a una estructura de alcaldes, diputados, empresarios y funcionarios de todo tipo que compran-venden intereses personales sobre el bien común de la población.
Somos testigos de la manipulación de todas las leyes, de la burocracia kafkiana en la diplomacia y los mal llamados partidos políticos; de las negociaciones que se hacen en las cortes para mantener a un presidente ilegítimo y llevar a cabo unas elecciones entre candidatos que encarnan la misma corrupción que se trata de desmontar.
También hemos consentido a este sistema desde nuestras casas y en la rutina diaria. Nos dejamos comprar y pagamos por comodidad. De lo micro a lo macro. ¿Cuántas licencias de conducir se han comprado para evitar los engorrosos trámites? ¿Cuántas mujeres limpian casas sin recibir salarios mínimos ni prestaciones? ¿Cuántos policías se dejan sobornar por pilotos ebrios un sábado por la noche? ¿Cuándo preferiremos trabajar por capacidad, y no por conectes? ¿Cuándo dejaremos de comprar voluntades por favores?
Algunos analistas aseguran que serán cuatro años más de crisis si las elecciones se celebran en septiembre, como si nada pasara. No hay soluciones mágicas, para hacer cambios hay que formarnos una opinión no solo por lo que escuchamos de otros, sino de las experiencias en la calle y nuestros propios entornos también llenos de corrupción. Lo que vemos en el Gobierno es una lente aumentada y descarada del comportamiento diario que mueve a la sociedad guatemalteca. Mantener este estado de cosas solo llevará a la Presidencia a otro candidato que ha contribuido a fortalecer la corrupción y la impunidad en el país.
Nota: Esta columna se publica también en la revista digital alemana Fijáte para el mes de julio 2015.