El miedo de amar a otra mujer
0En 2013, mi fotografía apareció en el facebook de la Alianza Nacionalista Guatemalteca, vinculada a la Fundación contra el Terrorismo, colgaron varias fotografías de compañeras y compañeros que accedimos a fotografiar nuestro rostro para una campaña que HIJOS Guatemala estaba implementando en el marco del Juicio por Genocidio. Mi rostro estaba calzado con un comentario en donde me nombraban lesbiana-feminazi como una de las lacras que conducía un programa en Radio Universidad, un programa que era de marxistas-leninistas y que promovía el odio contra el Ejército de Guatemala, señalaban que mi novia y yo éramos unas depravadas sexuales (porque Dios y la iglesia no lo decían así) y además vociferábamos en las calles que sí hubo genocidio.
Por: Libertad Sagüí Rian
No me sorprendía mucho lo de comunista-feminazi (y de vez en cuando lo asumo con orgullo) pero si me sentí agredida con los juicios de valor sobre mi manera de relacionarme sexo-afectivamente con otras mujeres. Sabía que mi posición y discurso político como conductora de una radio podía ser deslegitimado porque yo era una persona que transgredía las normas de la moral cristiana al establecer relaciones fuera del mandato heterosexual. Fue la primera vez que sentí miedo por demostrar amor a una mujer.
El sistema heteropatriarcal es una forma de organización social basada en la división social en dos sexos (hombre/mujer) que son opuestos y que bajo el discurso de la complementariedad se justifican las desigualdades que existen entre ambos sexos y la división sexual del trabajo.
Además de las ideas de la división biológica y física que existe entre mujeres/hombres, también existen construcciones culturales y simbólicas sobre el deber ser mujer y el deber ser hombre. El estereotipo de lo femenino casi siempre está asociado a lo subordinado en comparación a lo masculino. El feminismo hace una crítica contundente a este orden social dicotómico.
Bajo esta lógica binaria heterosexual, la construcción de la sexualidad para una mujer es distinta y desigual en comparación a la un hombre. Las mujeres están ubicadas en una posición estructural mucho menos ventajosa que los hombres, aunque sean gays, por eso consideramos importante nombrarnos lesbianas y no mujeres gays, porque cuestionamos los diferentes sistemas de dominación a los que nos enfrentamos por tener un cuerpo “de mujer”. La heterosexualidad y el patriarcado actúan de manera organizada y simultánea con otros sistemas de dominación como el racismo, el militarismo y el capitalismo.
“Lesbiana es el único concepto que conozco que esté más allá de las categorías de sexo (mujeres y hombres), porque el sujeto designado lesbiana no es una mujer […] porque de hecho lo que constituye una mujer, es una relación social específica con un hombre, una relación de servaje, relación que implica obligaciones económicas, asignación de tareas domésticas, deber conyugal, relación de la cual escapan las lesbianas al negarse a volverse o quedarse heterosexuales.” (Falquet. 2006. Pp. 27)
Renunciar al rol tradicional de ser mujer para asumirse lesbiana, no es suficiente si no nos cuestionamos los privilegios que hemos gozado. En un mundo idílico, la cita del Falquet tendría mucho sentido, sin embargo, es importante decir que dentro de las relaciones lésbicas, son asumidos roles binarios heterosexuales, dejándole el rol de hombre/proveedor/controlador a la lesbiana más “masculina” y el rol de mujer/sumisa/cuidadora a la lesbiana mas “femenina”.
Cuando esto sucede solo se refuncionaliza el sistema de desigualdad y la división sexual del trabajo y se refuerza el heteropatriarcado. Ser lesbiana no se reduce a establecer prácticas sexo-afectivas con otras lesbianas, desde una mirada lésbica-feminista, la propuesta es construir relaciones de afecto, de intercambio, de organización, con otras mujeres, con nuestras madres, hermanas, primas, hijas, vecinas, comadres, amigas, compañeras de lucha, es ir sanando y reconociendo a las otras y construir comunidades de diálogo que aporten a reflexiones desde nosotras mismas, a eso le llamamos el contínuum lésbico.
Ser lesbiana feminista es romper con el mandato del deseo hacia los hombres y es construir relaciones disfuncionales para la estructura que exige reproducción. Ser lesbiana-feminista y hacerse visible, es demostrar que el mundo no es binario y que el ejercicio libre de nuestra sexualidad es una lucha legítima contra el militarismo que nos paraliza con el miedo cuando hacemos demostraciones de amor a otras mujeres.