La lengua que habito: conversaciones y utopías trans
1“Una cultura de dominación es anti-amor. Requiere violencia para sostenerse.
Escoger el amor es ir en contra de los valores prevalentes de la cultura.”
“Todo está por construir. Deberás construir la lengua que habitarás
y deberás de encontrar los antepasados que te hagan más libre.
Deberás edificar la casa donde ya no vivirás sola.”
Por Gabriela Maldonado
No sé en qué momento te sentaste junto a mí. Desde que llegué al lugar mis sentidos fueron cautivados por otros cuerpos y otras historias, no más interesantes que la tuya pero sí más visibles. En ese bar, con una mezcla de decoraciones étnicas y hippies, todo y todos buscaban acaparar tu atención. De hecho, no sé si hubiera podido ver tu verdad si no fuera porque la cuentas tan abiertamente.
Fue hasta que mis oídos captaron la sinceridad en tus palabras que el roce de tu brazo contra el mío puso en alerta todas las células de mi cuerpo. Luego tu olor animal, sutil pero cautivante, no permitió que me fijara en nada más.
Me imagino que tú tampoco me viste cuando te sentaste con nosotros alrededor de una mesita en la que apenas cabían nuestras bebidas. Ni entiendo cómo fue que terminaste escuchando mi historia. A decir verdad, aunque hablaba para el grupo, sólo te la contaba a ti. En ese momento ya quería captar tu atención.
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Esa mañana tenía ganas de caminar y salí a la calle con mi vestuario usual: una camisa de cuadritos de manga larga, una playera por debajo, jeans azules desgastados, y tenis. Mi pelo como siempre: colochos alborotados de un lado, pelo rapado del otro.
Habían pocas personas transitando por el vecindario por el que caminaba. Al pasar junto a un parque vi de reojo que un señor, como de 35 años, estaba atravesando la calle y se dirigía hacia mí desde el lado del pelo rapado. Aceleré el paso para evitarlo pero él también caminó más rápido. Al alcanzarme me saludó, ¡Qué onda, patojo!, y me extendió la mano.
Respondí su saludo con la intención de seguir caminando. Pero, para mi sorpresa, él hizo que me detuviera manteniendo mi mano agarrada y tomando mi brazo con su otra mano. Quedé parada frente a él sin comprender lo que estaba sucediendo. En cuestión de segundos me observó de arriba a abajo y me preguntó con seriedad, ¿Patojo o patoja?
Su mirada penetrante demandaba una respuesta. El aire alrededor nuestro se detuvo; mi corazón latía rápidamente. Mientras intentaba safar mi mano de la suya, le contesté sin pensar, ¡Las dos cosas! Al escuchar mi declaración me soltó y dio un paso atrás; ahora era él el confundido.
Seguí mi camino sin voltear a ver al señor que quedó perplejo frente al parque. Unos pasos más adelante regresó a mí la lucidez. Sintiendo mi pecho jadeante repetí la escena en mi mente. Me reí al escuchar mi respuesta tan espontánea, ¡Las dos cosas! Pero mi risa no duró mucho. Estaba temblando. Aún podía sentir la presión de su mano sobre mi brazo.
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Fue después de haber sido acosada en la calle por un extraño que pensé: “Finalmente sé lo que se siente ser trans”. En cierta forma ese acto legitimó mi identidad disidente. ¿Pero por qué tiene que ser así? ¿Es acaso la violencia un rito de iniciación para cada persona trans?
Tu mirada fija en mí me recuerda lo que olvidaba, “Tú me ves y es posible ser yo”.
Me pierdo en el mar de tus ojos. Segundo después reacciono y te digo, Claro, puedo ser yo, lo intento cada día. Pero lo cierto es que para muchas de nosotras salir de casa es difícil. Aprendemos a tenerle miedo a las miradas cuestionadoras, a los comentarios y a la posibilidad de la violencia física en nuestra contra.
Dirigimos nuestra atención a Alok, otro de nuestros interlocutores quien, con su vestido foral y una barbita corta, nos cuenta una de sus luchas, “Cada mañana cuando me levanto y veo mi closet me pregunto, ¿Qué tanto quiero ser acosada hoy en la calle?”
Conozco ese dilema y lo comparto contigo. Creo que todas las personas trans nos hemos hecho esa pregunta. Muchas elegimos vestirnos de maneras que atenúan nuestro ser para evitar el acoso. Es decir, escogemos ropa menos llamativa o más acorde al género que la sociedad espera que seamos. De hecho una amiga, una chica trans que trabaja en informática en la ciudad, es obligada a vestirse con un atuendo masculino bajo la amenaza de ser despedida si no lo hace.
Escoger vestirse traicionando nuestra identidad y preferencias limita nuestra habilidad de ser nosotras mismas. La disonancia que este acto produce puede llegar al punto de ser categorizada como “terrorismo emocional” pues causa un desgaste psicológico enorme.
Suspiro al terminar de hablar.
Puedes ver en mis ojos el cansancio de quien lucha contra el mundo y no logra ganar la batalla. Mi energía se desgasta con cada mirada juzgona, cada comentario a mis espaldas y risas mal disimuladas. Hasta me cuesta pronunciar estás palabras, me da vergüenza. Y tú lo sabes, también lo has vivido.
No se gana hasta que te rindes, me dices con una sonrisa pícara. Me explicas que no se requiere coraje ni valentía para ser una misma en este mundo transfóbico. Coraje es lo que se necesita, cada día, para reproducir el mundo con la lengua y los pies sin cuestionarlo. Palabra a palabra, paso a paso; reproduciendo “la mujer” y “el hombre” y sus historias de amor hetero, y exigiendo autenticidad de quien se oprime.
Beto, sentado frente a nosotros, escucha tus comentarios y te interrumpe para aclarar “No hay sexos ni sexualidades, sino sólo usos del cuerpo que son reconocidos como naturales o sancionados como pervertidos. Coraje se requiere para mantener la norma”.
Alok, pidiendo atención, insiste en que debemos escuchar su historia y continúa “El mundo nos dice que debemos ser nosotrxs mismxs como si fuera nuestra culpa que no lo podamos ser. La autenticidad es discutida como si no tuviera ningún costo sobre nuestra vida”.
“La realidad es que para muchas de nosotras – especialmente aquellas de nosotras que somos no-conformistas con el género — ser nosotras mismas significa encontrarnos en la cercanía del abuso, violencia y daño. Cada día yo y muchas otras personas trans tenemos que censurar lo que nos ponemos, lo que decimos y lo que hacemos con tal de resguardar nuestra seguridad”.
¡Perdamos la fe en lo que nuestros papeles dicen sobre nosotros!, dices en voz alta pero sin dirigirte a nadie en especial, ¡dejemos de seguir fabricando la identidad! Me ves a los ojos, te levantas de tu silla y te diriges a la salida. Tu invitación es a habitar una casa en construcción. Sin techo, el cielo será nuestro testigo. Sin paredes, nuestras pieles marcarán las fronteras. Yo me rindo ante tu mirada y comienzo a caminar contigo hacia lo desconocido.
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Con cada paso que avanzamos nuestros cuerpos se de-generan, perdiendo todo razgo puramente masculino o femenino, mutando hacia lo raro y andrógeno. Caminamos en silencio, sin bajar la mirada, viendo a los ojos a quienes nos observan como si fuéramos una acto de circo. No, no cederé mi derecho a sentirme agusto en mi cuerpo ante tu demanda de humillación.
Más adelante me invitas a compartir tu madriguera de sábanas y almohadas. Acepto. Nos sumergimos en un agujero negro que deforma el tiempo-espacio. Comienzas a lamer mis heridas. Eres una animalita que entiende y me tratas con compasión.
Por un momento me paralizo al tocar tu piel enredada en oscuridad y pregunto, ¿De quién es este cuerpo?¿Niño-niña? ¿Niña-niño? Con tus labios escuchas mi cuestionamiento y con besos sobre mis hombros lo acallas. Los cuerpos son solo cuerpos, mua, masas de huesos y carne, mua, que no tienen nombre al nacer, muaaaa.
“El momento en que decidimos amar nos comenzamos a mover en contra de la dominación, en contra de la opresión. El momento en que decidimos amar nos comenzamos a mover hacia la libertad, a actuar en maneras que nos liberan a nosotrxs mismxs y a otrxs” [1].
Voy entendiendo que aunque la violencia en contra de las personas trans es real, también es real la compasión y el amor compartido. El reto es crear un mundo más suave, con más compasión y más entendimiento. Un mundo en el que se afirme nuestra existencia y nuestra vida. No sólo a través de palabras políticamente correctas, sino también con acciones que apoyen nuestro desarrollo material y el de nuestras comunidades.
Sí, nuestro miedo en una sociedad transfóbica es real pero no debería de ser normal. Nuestros cuerpos se cansan de resistir y criticar. También es necesario dejar que nuestra imaginación vuele hacia el mundo en el que queremos vivir y comenzar a construirlo en el presente. Talvez se pueda, a través del arte, hacer que la gente sienta nuestras penas y nuestros miedos. Talvez así pierdan la valentía y la obstinación que los ciega, recuperando la habilidad de ver nuestra humanidad. Quizá esa sea la única forma de terminar la violencia en nuestra contra.
Eres cada unx de mis amantes. La historia de todxs lxs que me han querido y me querrán la escribiremos esta noche entre tú y yo. Sólo necesitamos la luz de las estrellas en nuestro cielo interno para discernir el camino hacia nuevas formas de entendernos y amarnos.
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Este texto es un diálogo con lo expuesto en “The Courage of Being Oneself” (El coraje de ser una misma) de Beatriz Preciado y “On Lying: Street Harassment is to High a Price for ‘Being Ourselves’” (Sobre mentir: El acoso callejero es un precio muy alto por “ser nosotras mismas”) de Alok Vaid-Menon. Su lectura es altamente recomendada.
[1] Del artículo “Love as the practice of freedom” (El amor como práctica de libertad) de bell hooks.
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