Odio ir al ginecólogo
3Aunque sea incómodo, frío, y en ocasiones doloroso vivir esta experiencia con el ginecólogo, siempre será mejor que aumentar las cifras de cáncer de mama y cáncer cervical
Tan necesaria como odiada, puede ser la visita obligatoria al ginecólogo por lo menos una vez al año para nosotras las mujeres.
Por Guatemala Menstruante
Mientras camino al consultorio, me lamento por centésima vez tener que venir. Además, no puedo entender por qué no se han inventado instrumentos que no parezcan herramientas de construcción. O bueno, que estén menos fríos por lo menos.
En la sala de espera todas tienen la misma cara de angustia que yo, ni las –felizmente embarazadas– se ven medianamente tranquilas de entrar.
El saludo dura menos de dos segundos. Ni siquiera me voltea a ver. En cuanto me siento, sin dirigirme la mirada, escucho un indiferente “Te quitas por favor toda la ropa y te pones la bata con la abertura hacia atrás”. Camino hacia el baño a ponerme una batita que me deja medio cuerpo al aire en medio del invierno. Luego, tímidamente, camino de vuelta esperando que la bata cumpla mínimamente su trabajo. Al llegar, el siempre incómodo “Acostada con las nalgas lo más cerca de la orilla, los pies en los estribos” Mientras calculo el espacio entre mis glúteos y el vacío, respiro profundo y rezo a todas las deidades de quienes conozco el nombre. Todo con el afán de que esto de las piernas abiertas y medio cuerpo al aire se acabe pronto.
A la brevedad introduce el espéculo grande y frío. Sin avisarme.
Dr: -¿Hace cuánto te hiciste tu último Papanicolaou?
Yo-Hace un año (¿O justo ahora?)
Dr: –Bueno, te vamos a hacer el de este año, en una semana más o menos recibes los resultados
Continúa con la introducción de “cucharitas para revolver café”, con el fin de obtener muestras que luego serán untadas como manteca en un vidrio para ser analizadas. Y yo sólo podía pensar en por qué diablos no me preguntó si quería hacerme el examen. ¿Por qué no hablé?
Las condiciones físicas y contextuales me inhibieron: un doctor alto e indiferente, el frío en mi cuerpo y los nervios de ser la primera consulta con un ginecólogo nuevo. Éstas me limitaron y fui incapaz de expresar mi descontento ante su proceder impositivo. La intimidad que supone este chequeo demanda consenso e información constante.
Por fin se acaba el examen físico y viene la parte no menos vergonzosa: la entrevista clínica. Vergonzosa, porque me siento intimidada por el juicio de valor emitido por el médico al momento en el que desnudo las intimidades de mi estilo de vida. Desnudar mi intimidad supone el riesgo que un desconocido crea poder juzgarme más allá del marco médico.
Hubiese esperado que dicha entrevista clínica fuera al principio. Lo primero que quiere saber su eminencia, es por qué estoy aquí sentada frente a él con esta cara. Me mira con sorpresa cuando le informo es un chequeo rutinario. Sigue con las preguntas y me interroga:
Doc: ¿Fumas?
Yo: Sí.
Dr: ¿Cuántos cigarros al día?
Yo: Como tres o cuatro
Su cara, indiferente, hasta ese punto, comienza a transformarse y deja ver gestos de desaprobación.
Dr: ¿Tomas?
Yo: Una o dos veces a la semana
Me lanza una mirada incisiva.
Dr: ¿Cuántas parejas sexuales has tenido en los últimos seis meses?
Le respondí.
Sentí que contesté mal todo el examen a juzgar por la cara que hizo mientras escribía en mi expediente. Sin levantar la mirada, balbucea “con razón”. El título médico no debería ser tomado como autoridad para juzgarme por la vida que conscientemente he decidido llevar. Como persona me siento juzgada injustamente y como profesional de la salud desapruebo su proceder poco ético.
El diagnóstico: Tengo una infección. Me recomienda que me cuide más en los baños públicos. Me receta unos óvulos y antibióticos. Pero al menos sé lo que tengo y se cura.
Dr: Bueno eso es todo
Sigue escribiendo cosas en su computadora y no dice ni adiós. Peores cosas hay en la vida. Paso a la caja y la cuenta suma Q500. Ni siquiera disfruté el paseo. Adiós tennis nuevos, todo sea por cuidar mi salud.
Esta historia de terror en realidad me sucedió, y sé que no soy la única. Conozco historias de mujeres iguales o peores a la mía. No falta el caso de madres que a la fuerza quieren acompañar a sus hijas ejerciendo en ellas más que un apoyo un juicio moral adicional e incluso padres que prohíben a sus hijas asistir a este control médico.
Son pocas las historias que se escuchan de visitas ginecológicas que se desarrollan cómodamente y libres de juicios morales. Prevalece la sensación de incomodidad, de indiferencia y de haber sido juzgada a pesar que asistir a este control médico constituye un cuidado sobre nuestro cuerpo y vida.
Asistir al ginecólogo es un derecho y una responsabilidad que tenemos las mujeres con el fin de velar por nuestra salud integralmente. El estigma y prejuicios alrededor de la forma en la que se “debe administrar” el cuerpo y salud femenina, la actitud poco ética de algunos profesionales, así como los juicios morales impuestos por un sistema patriarcal a las mujeres, generan una privación indirecta de ese derecho y dificultan el acceso libre al mismo. Aunque la visita al ginecólogo no sea necesariamente agradable y existan múltiples factores que puedan obstaculizarla es necesaria porque:
Aunque sea incómodo, frío, y en ocasiones doloroso vivir esta experiencia con el ginecólogx, siempre será mejor que aumentar las cifras de cáncer de mama y cáncer cervical o tener sin saberlo una ITS. Un chequeo ginecológico por lo menos una vez al año es indispensable.
Es cierto que un ginecólogx es un profesional de la salud que durante años ha estudiado el funcionamiento del cuerpo femenino, pero dicho conocimiento no debería ser mayor al que nosotras mismas tengamos de nuestros cuerpos y su funcionamiento. La monopolización del saber experto de la medicina implica poder. A través de la lectura y la autoexploración podemos tomar decisiones conscientes e informadas para nuestro bienestar corporal el cual abarca aspectos de salud más allá de una vida sexual activa; disminuyendo así el desequilibrio de poder entre paciente y médicx.
Es importante cuestionar también a nuestro ginecólogx respecto de su proceder y que las decisiones tomadas en procedimientos realizados sobre nuestro cuerpo se den con nuestro absoluto consentimiento. Cualquier duda es válida y ninguna debe quedar sin resolverse.
El/la ginecóloga es una persona desconocida que se adentrará y conocerá lo más íntimo de nuestro cuerpo y de nuestro estilo de vida, y con quien mantendremos una relación por muchos años. En sus manos estará un elemento fundamental de nuestra salud. Es importante escogerlx con cuidado, cambiarlx si no nos sentimos cómodas, nos sentimos juzgadas o discriminadas de cualquier manera y no rendirse ante una mala experiencia.
Nuestro cuerpo es nuestra herramienta de generación de cambio, mantener su salud es cuidar su poder.
¿Y qué se supone es correcto?
Nadie te obliga a ir, y si vas es porque has aceptado pagar por la opinión de ese profesional.
No se juzga tu vida, es cuestión de sentido común el hecho en el que aceptas que tu vida te ha llevado a una situación incómoda. Acéptala porque has sido tu la culpable de todo lo que en tu vida sucede. Sea bueno o malo, es indiferente. El o ella sólo hace su trabajo en informarte, su deber será darte una solución a tu problema, de ti depende si decides continuar tu vida a tu placer y gusto.
«Quien por su gusto muere, aunque lo entierren parado…»
Hombre tiene que ser…
Yo no dejaría entrar a mi casa a alguien grosero que me arreglará el tubo del baño y que me dijera de color lo debo pintar. Soy médica y no es necesario ser indiferente para ser un buen profesional. Mi ginecologo me saluda, me entrevista, me conoce me da confianza y me da libertad en cuanto a mis decisiones. Me indica los problemas médicos que implican mis actos pero no me juzga como persona. Mi sugerencia…cambiate de ginecólogo.