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    Crónicas del Genocidio (4)

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    • por
    • en Artículos · Crónicas del Genocidio · DDHH · Genocidio · Memoria · Opinión
    • — 2 Abr, 2013

    Rodrigo Véliz Estrada (Centro de Medios Independientes de Guatemala)

    Hay razonamientos que son difíciles de entender. No tanto por la coherencia en el argumento, sino por la atroz sinceridad y transparencia con la que se expresa. Estos razonamientos desnudan por completo una serie de supuestos, de sensibilidades, de estructuras de sentido, que muestran tal cual a la persona o grupo que los está expresando. Para el analista no pueden más que ser una joya, al evitar la inicial y necesaria descomposición lógica de la serie de argumentos de un discurso, para lograr adentrarse en el sentido que los guía.

    El juicio que se está llevando a cabo en contra de Ríos Montt y Rodríguez Sánchez ha provocado una intensa y airada reacción de parte de varios sectores y grupos. Entre los más iracundos en sus argumentos han sido los militares, especialmente los retirados, aglutinados en la Asociación de Veteranos Miliares de Guatemala (AVEMILGUA). A finales de la semana antepasada, en los primeros días del juicio, esta asociación decidió realizar una demostración pública en las afueras del Palacio de la Justicia. El interés no era solamente recolectar firmas de apoyo para presionar porque el Tribunal de Alto Riesgo, a cargo del juicio, realice un “debido proceso”. También tenía como objetivo dar a conocer su posición frente al juicio y todo lo que este supone.

    AVEMILGUA, y muchos otros, militares y civiles, incluido el mismo Presidente, han dejado claro que hablar de genocidio es algo que raya en lo absurdo. Un término inconcebible para lo que en este país ocurrió. Es injusticia, es una venganza de guerrilleros, es una traición de parte de Estados Unidos, es una conspiración de parte la comunidad internacional, y es, finalmente, una manipulación más a las víctimas de las masacres.

    Según su argumento, lo que hubo fue una guerra cruenta entre dos ejércitos, donde era inevitable que hubiera muertos. Y es cierto, afirman, lo aceptan, hubo excesos, murieron personas inocentes. Pero de eso a genocidio hay un abismo. Todo menos genocidio.

    Uno de los voceros presentes en el kiosko instalado por los familiares de los ex militares, con suma crudeza, lo sentenció de la siguiente manera: «Aunque se hubieran muerto 10 mil o 15 mil personas [en el área ixil], eso no comprueba que haya habido genocidio»

    Uno no puede más que sonreír. ¿Están hablando en serio? Es decir, lo realmente indignante no es el asesinato “excesivo” de decenas de miles de personas (y no estamos hablando de gente armada, “muerta en combate”, sino de civiles). Lo que sí lo amerita es que a esos violentos actos se le llame genocidio. Impresionante transparencia.

    El repulsivo sentimiento que les provoca que se nombre a lo que hicieron con esa categoría, les hace pasar por alto eso otro que tiene, para nosotros, igual o mayor importancia. Algo que trasciende incluso el presente caso. Los militares, y cualquier persona o grupo que haga lo mismo, deben ser juzgados por asesinar a decenas de miles de personas, de manera sistemática y por décadas. El que mata a personas que están en su libre derecho de organizarse, debe ir a la cárcel. Defender la capacidad de representación y libertad política no debe estar penado ni debe resultar en la muerte. El miedo y el silencio, frenos de la libre organización, deben ser por todos los medios condenables.

    Eso no se puede repetir y tiene que quedar claro. Este es un elemento de justicia indispensable para la vida en consenso. Los grupos, sectores y clases sociales de una sociedad pueden tener decenas de elementos y puntos de desacuerdo en cuanto al proyecto de país que desean. Pero ninguno de ellos debe ser lo suficientemente fuerte como para asesinar a personas. De otra manera la arbitrariedad, en defensa de cerrados y muy particulares intereses, es la que prevalece, y no el deseo de llegar a acuerdos y consensos. De verdadera democracia.

    Eso fue lo que caracterizó el proceso político guatemalteco a partir de marzo de 1963. Desde este golpe militar, que evitó las elecciones en donde Juan José Arévalo iba a concursar nuevamente por la presidencia, en medio de una abismal polarización producto de la intervención de 1954, lo que prevaleció fue un cierre del espacio político, del acceso al Estado. A partir de allí la capacidad de incidir en el Estado se dio solamente para unos pocos grupos. El resto quedaba relegado. Y de intentar hacer algo, serían asesinados. Acá no sólo murieron guerrilleros. Murieron comunitarios, profesionales, estudiantes, obreros, campesinos, niñez. Fueron asesinados en diferentes regiones y por variadas razones.

    A mi particular modo de entender lo que debe ser una sociedad, estas acciones violentas deben ser del todo condenables. Esto es lo realmente indignante. Y por eso este juicio, y los otros que se han realizado, y los miles que quedarán impunes.

    Lo que acá está en tela de juicio es la responsabilidad del ejército en el asesinato de civiles.

    Eso es un primer paso, entre otros que hay que recorrer.

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    Etiquetas: Ejército de Guatemalagenocidiomemoria histórica

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