Luis de Lión: el indio que no quiso las sobras de Marroquín
0Por: Gabriela Miranda García
Dedicado a la fuerza de Mayarí que mantiene viva la memoria
El 5 de junio de 1984 fue asesinado Luis de Lión, escritor y maestro, revolucionario desde la palabra, indígena kaqchikel, víctima del Estado militar guatemalteco, con toda mi rabia y mi ternura escribo este texto a su labor y a su memoria.
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.Los hijos del padre: el obispo español y el indio Luis.
“y lo que nunca había pasado, ambos se quedaron frente a frente”
Los hijos del padre, Luis de Lión
Casi todo el mundo en Guatemala ha visto aunque sea un par de segundos al obispo Marroquín, porque su rostro aparece en un billete de un monto nada despreciable de 100 quetzales (aunque el día que escribí esto no tuve modo de verificarlo). Llevar su efigie en la moneda nacional confirma, no sólo su importancia para el país, sino su calidad ética, como “defensor de los indígenas”, según versa el propio billete (como luego constaté).
Es difícil conocer la biografía de este hombre porque los escritos alrededor de su vida parecen más hagiografías -como vida de santo o la épica de algún héroe- que datos históricos y objetivos. Siempre es puesto como un hombre digno, bueno y aliado de los indios, de quien merece llevar su nombre una prestigiosa universidad privada con carácter libertario.
Francisco Marroquín Hurtado (1499-1563), español de nacimiento (Cantabria), fue el primer obispo de Guatemala. Hijo de Pedro del Valle y Juana Ruíz Marroquín de Pumar, el obispo Francisco Marroquín se casó con Francisca de Palacios con quien tuvo un hijo Alfonso Marroquín, quien a su vez con Mencia Hurtado de Mendoza tuvieron tres hijos y una hija: Francisco Marroquín de Mendoza, Bartolomé Marroquín, Juan Marroquín de Mendoza y María Hurtado Marroquín.
Francisco Marroquín, viajó en 1527 (?) a América, donde se alió con Pedro de Alvarado, considerado el conquistador de Guatemala, Honduras y El Salvador; y el fundador en 1524 de la que sería la primera capital colonial de Guatemala, Santiago de los Caballeros sobre Iximché, Tecpan, antigua capital kaqchikel.
Finalmente la capital española sería trasladada en 1541, luego de constantes revueltas indígenas kaqchikeles (a quienes los españoles les declaran la guerra y finalmente derrotan en 1530), al municipio de Sacatepéquez, en la ciudad que hoy se conoce como la Antigua Guatemala, cerca de San Juan Bautista de Guatemala, fundado por Francisco Marroquín aproximadamente en 1547, y que un siglo más tarde se conocerá como San Juan del Obispo, del obispo Marroquín, su encomendador.
La palabra obispo, viene del griego y del latín y significa “vigilante” u “observador”, es una persona que recibe un cargo sobre un territorio determinado. Durante la Colonia española, los obispos desde 1511 tenían la orden de actuar como inquisidores en contra de los herejes.
José Luis de León Díaz (1939-1984), conocido a nivel literario y político, como Luis de Lión, nació ahí en San Juan del Obispo, cerca de la Antigua, Guatemala, en el pueblo de los Juanes, como él mismo lo llama. Indígena kaqchikel hijo de María Venancia Díaz Sican y Ángel María de León, se casó con María Tula González García y tuvieron una hija, Dina Mayari de León González y un hijo, Luis Ixbalamque.
Luis de Lión fue maestro y un maravilloso escritor, sus textos guardan la historia de Guatemala vista por sus ojos indios. Estuvo afiliado al Partido Guatemalteco del Trabajo y fue dirigente magisterial, defendió la educación de calidad, el salario digno de los maestros y el acceso a las escuelas, por ello alfabetizó a muchos de sus vecinos y fundó una pequeña biblioteca en su pueblo natal.
El 15 de mayo de 1984 durante el gobierno de Mejía Víctores fue capturado y desaparecido, no se supo de su paradero hasta que su nombre apareció en el Diario Militar en 1999. Estos registros ubican su asesinato extrajudicial, con el número 135 el 5 de junio de 1984, pero su cuerpo aún no ha sido devuelto.
Resulta increíble como estas dos vidas se cruzaron casi 500 años después, pero fue no por casualidad ni por coincidencia, sino por la tremenda historia de colonización y racismo en Guatemala, que se confirma con la desaparición y asesinato de Luis de Lión. Tener una universidad privada con el nombre de uno y desaparecer y asesinar al otro, por razones políticas, pone en evidencia las tremendas desigualdades y también y la forma en la que la historia oficial es contada. Este texto es un empeño para hilar hechos que parecen inconexos y tratar de voltear la historia para hacer con ello, memoria.
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San Juan del Obispo: pueblo chico, infierno grande
“esa tarde llegó de la Antigua, que en ese tiempo
estaba todavía nueva, el dueño de la encomienda, el obispo”
El Inventor de Luis de Lión
Pero San Juan del Obispo no fue fundado como pueblo, sino como lo que se llamó una reducción de indios. Una reducción de indios fue una estrategia de la colonia española, servía para que los españoles enviados por la Corona, como lo fue el obispo Marroquín, pudieran controlar con más eficacia a “los indios” a su cargo, para “colonizarles” las almas mediante la doctrina cristiana y de paso y sobre todo, recaudar impuestos. En las reducciones de indios, las familias eran obligadas a desplazarse a un territorio en común y vivían bajo el control español. Eran pueblos diseñados con una lógica arquitectónica española, es la urbanización colonial: el centro con la plaza, la iglesia y algún edificio administrativo, como el cabildo. Variaba en algunas partes, el mercado, la cárcel o la casa del representante de la Corona. En esa lógica, el obispo Marroquín mandó construir su palacio en San Juan del Obispo, donde habitaba.
En esta forma de urbanización obligada, como un panóptico de vigilancia simbólica y material permanentes, una parte del territorio servía de habitación, otra era comunal y la mayor parte se arrendaba a las propias familias indígenas para la siembra, de la misma que se recaudaban tributos para la Corona española.
La reducción de indios buscaba volver a controlar los territorios de los primeros encomenderos y conquistadores, porque España había perdido influencia y fuerza. Así que las reducciones de indios impusieron una nueva forma de control económico, político e ideológico en territorios mayores que las encomiendas. Las reducciones de indios a diferencia de las encomiendas controlaban a la población en un mismo lugar, quizá es por ello que los biógrafos de Marroquín le atribuyen como una de sus bondades haber logrado que los indios no caminaran grandes distancias para pagar el tributo, pajas.
Algunas biografías de Marroquín afirman que fue un defensor de los indígenas, pero existen otras versiones menos registradas y sobre todo menos conocidas, según Samuel Stone:
En 1533, el licenciado Francisco Marroquín fue designado obispo, y ello marcó el inicio de una desafortunada experiencia eclesiástica durante el coloniaje, caracterizada por una discordia constante entre el clero y los feligreses, entre el alto clero y los conquistadores, y dentro del mismo clero, y ni que decir de la corrupción. La primera medida de Marroquín fue la de hacer obligatoria la asistencia a misa, sopena de tres días de prisión o bien de una multa, lo que surtió el efecto de ampliar la brecha entre el clero y los feligreses. Luego ordenó que los diezmos (que por lo general pagaban en especie) fueran entregados a los obispos en lugares a menudo de difícil acceso. Posteriormente se nombraron obispos en los otros territorios: Cristóbal de Pedraza en Honduras y Antonio de Valdivieso en Nicaragua. Bartolomé de las Casas, aunque titular en Chiapas (México), hacía sentir su presencia en todo el Itsmo. Las pésimas relaciones con los feligreses se fueron agravando tanto por la deshonestidad de la mayoría de lo obispos como por las rivalidades entre ellos. Pedraza, fue un joven vanidoso, con miras ambiciosas y de gran codicia, y los frailes a su alrededor cobraban elevados precios por dar misa, por confesar y oficiar funerales. Marroquín intentó ejercer su influencia en Soconusco (México), cuya jurisdicción era de las Casas. Las intrigas entre los franciscanos (dirigidos por Toribio Motolinia) y los dominicos (por Las Casas), repercutieron desfavorablemente, en especial en Guatemala. En 1545, de las Casas, Valdivieso, Marroquín y Pedraza se reunieron en Gracias a Dios (Honduras) para discutir el trato y liberación de los indios de acuerdo a las nuevas leyes de 1542. Los dos últimos como encomenderos, se negaron a liberar a los suyos, y de Las Casas amenazó con excomulgar a aquellos que no lo hicieran. Ante eso, Marroquín sin vacilar les prometió la pronta absolución.[1]
No sería el único altercado que obispo las Casas tuviera con Marroquín:
(En) Santiago de los Caballeros, en septiembre de 1539, las Casas predicó públicamente contra la expedición armada a Lacandón (norte de Guatemala), organizada por el gobernador Maldonado y el obispo Marroquín.”[2]
Pese a lo que el billete de 100 quetzales afirma, el primer obispo de Guatemala no era precisamente un amigo de los indios, menos un defensor, lo que sí defendía era los intereses de la Corona, se mantuvo como un obispo que legitimaba la servidumbre, el despojo y inferioridad por medio de la religión, la vigilancia y el control territorial de cientos de familias indígenas para asegurar el mantenimiento de su palacio, su relación con España y sus privilegios criollos.
Esto fue San Juan del Obispo, un infierno que oculta montones de injusticias históricas, pero de ellas habla Luis de Lión, quien logra hacer de un pequeño territorio un epitome que refleja la condición racista y colonial de Guatemala, no hace falta salir de San Juan del Obispo para entender lo que ocurre, la narrativa de Luis de Lión es suficiente, clara, directa y hasta peligrosa, es el hilo conductor, hablado desde una reducción de indios, cuanta la historia de rapiña, violencia, muerte y despojo.
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Del obispo al militar: los zopilotes, antes de su segunda muerte
“pero como su territorio era toda la casa, era un bestia pacífica”
El Perro, Luis de Lión
Durante 1982 en la guerra interna de Guatemala, fueron implementadas en las áreas rurales por parte del ejército una especie de agrupamientos de familias campesinas. La explicación oficial era que se constituían campos de refugiados de la guerra y que eran requeridos por la propia población rural, pero en realidad fue una estrategia militar para control de la población indígena y campesina durante la guerra, llamadas Aldeas Modelos. Operaba como un programa social del ejército y consistía en agrupar a las familias, sacarlas o moverlas de sus territorios y concentrarlas en un espacio destinado a trabajos forzados y un propósito fundante fue restarle apoyo a los movimientos guerrilleros. En el gobierno militar de facto de Mejía Victores, de 1983 a 1986, el ejército guatemalteco las impulsó fuertemente y en 1984 se les llamó Polos de Desarrollo.
La idea de que las aldeas modelos fueran implementadas en los territorios en donde el ejército llevó a cabo los mayores genocidios muestra que el interés no solo era el control de la población y desfigurar la contrainsurgencia, sino también eliminar a las familias indígenas y restringir la movilidad para despojarlas de su tierra una vez más. Las aldeas modelos se asemejaron más a un campo de concentración, las personas no tenían libre locomoción, los accesos y salidas estaban controlados, había toque de queda, hacían trabajos forzados, que implicaba que la producción iba a manos del ejército y los hombres eran obligados a unirse a las Patrullas Civiles.
Las aldeas modelos funcionaban casi del mismo modo que las reducciones de indios. En 1989 el Comité de Unidad Campesina (CUC), las comparó:
En tiempos de la colonia los indios debían mantenerse en reducciones de indios. También hoy, nadie puede movilizarse de una aldea a otra, principalmente en los llamados polos de desarrollo (…) miles de familias campesinas han sido capturadas en sus aldeas y encerradas en las aldeas modelos.”[3]
Increíblemente también las reducciones de indios surgieron con una lógica de protegerlos (no sólo del infierno cristiano), sino de las supuestas rencillas entre los propios pueblos indígenas, al igual que las aldeas modelos que se basaron en el discurso de proteger a las comunidades indígenas de la guerrilla. En ambas se realizaban trabajos forzosos y en ambas la producción era expropiada.
Así pues, las reducciones de indios como la que vigilara el Obispo Marroquín, sería un modelo ya no de la Colonia como tal, pero sí usado de nuevo como arma de guerra y estrategia de control y sometimiento, bajo la misma lógica racista y colonial y por supuesto con el propósito final de expropiar la tierra y exterminar a los pueblos indígenas.
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Su segunda muerte, después de los zopilotes: desaparición, desmemoria e impunidad.
“Nuestro amor es tan subversivo
que cualquiera de estos días
podrían enterrarnos
como la pareja xx.”
La pareja. Luis de Lión
(Este texto, no pretende ser objetivo, es arbitrario por supuesto, como arbitraria ha sido la historia oficial, sólo otra arbitrariedad la desmonta, yo estoy de un lado, faltaba más, perdiera menos.)
Hay una curiosa ternura y una desgarradora verdad en la obra de Luis de Lión, sus escritos me roban el aliento tanto como la cruda realidad de despojo y muerte de las tierras arrasadas. Estas dos últimas partes de este texto, la anterior y esta, hacen referencia a dos de sus obras Los zopilotes (1966) y Su Segunda Muerte (1970), son dos compilaciones distintas que han sido recopiladas literariamente en una sola, pero la conjugación de títulos me parecen precisa para lo que quiero decir: los zopilotes, como animales carroñeros, aclaran la muerte, la primera, y es terrible saber que aún después de la muerte pueda existir otra: una segunda como un infinito de muertes. La condena de las personas más vulnerables del sistema colonial, capitalista y patriarcal, está marcada por la posibilidad de aún después de haber sido tragado por los zopilotes tener la posibilidad de morir de nuevo, como si una muerte no fuera suficiente, como si desaparecer devorado no lo fuera tampoco, como si se precisara de asesinarlos nuevamente o lo que es decir, de no dejar ni rastro de su memoria.
La obra maravillosa de Luis de Lión, los relatos, los cuentos, la única novela y su poesía, aparentan no tener temporalidad, es decir que una no llega a tener certeza del momento en que ocurrió lo que esta narrado, con ello Luis de Lión parece querer decir que el tiempo de la invasión y la colonia no ha pasado, ni cambiado, como un laberinto de terror, como dar cuenta de la continuidad del despojo, de las violaciones y los asesinatos: te mato porque eres indio, te desprecio porque eres india. Narra con realismo mágico que la invasión se extiende y aún se refina, que va desde 1500 hasta por lo menos 1984.
Hay dos temas comunes en la obra de Luis de Lión que siempre cruza magistralmente con el racismo: la religión y la militarización, la militarización no solo de las calles o aldeas, sino de las conciencias y de los actos cotidianos. En sus relatos todo el mundo puede ser un militar o un obispo represor, de hecho, coloca un tema agobiante: casi deseamos serlo y si no, nos obligan a serlo.
Fue esta magistralidad de Luis de Lión y su conciencia de la historia, la que resultaba peligrosa para un estado fascista, racista y militar, fue que el indio kaqchikel decidió contar su versión de la historia, lo mataron porque llamó perros, simios, ignorantes, dictadores y asesinos a los asesinos.
Desaparecer al indio hablador y nombrar a una universidad como un obispo esclavista, que fue fundada en plena guerra por familias oligarcas como los Ayau, es un atentado contra la memoria, contra la historia, contra la búsqueda de justicia. La desaparición, la muerte y el olvido pretende ser la condena para el indio que empezó a caminar para adelante, con el tambor y el pito sonando a guerra y que se resistió a pasar sobre las sobras que dejó el obispo Marroquín.
[1]Samuel Stone, El legado de los conquistadores: las clases dirigentes en América Central desde la Conquista hasta los sandinistas, EUUNED: San José, 1993, 127-128.
[2]Pedro Borges, Quién era Bartolomé de las Casas, Madrid: Rialp, 1990, 187.
[3]Centro de Estudios de Guatemala, Guatemala: entre el dolor y la esperanza, Valencia: Universidad de Valencia, 1995, 69.