El motín de 2003 que casi mató a Byron Lima
1El 12 de febrero de 2003, 250 pandilleros, parte de una amplia alianza entre varias pandillas, lideradas por la Mara Salvatrucha (MS 13) y el Barrio 18, realizaron un histórico motín en el Preventivo de la zona 18. La lucha era contra los paisas, los civiles que están en prisión y que en esos momentos controlaban todas las cárceles del país. En el motín murieron decenas de personas, entre ellas el sargento (r) Obdulio Villanueva Arévalo, en la cárcel por el caso Gerardi. El mayor Byron Lima Oliva logró salir ileso por una cuestión de suerte. Ese fue uno de varios intentos de muerte por los que pasó Lima en sus más de 15 años en prisión. Esta es la historia, publicada como artículo completo en El Faro el 12 de noviembre de 2012 (licencia creative commons).
Por José Luis Sanz y Carlos Martínez
Los viejos códigos carcelarios de Los Ángeles siempre fueron un corsé apretado para los pandilleros guatemaltecos, pero en los años 90 los paisas, los civiles, dominaban los penales de todo el país, y correr el Sur parecía la única forma de sobrevivir.
Las deportaciones masivas iniciadas por la administración del primer presidente Bush apenas impactaban todavía en Guatemala, las pandillas llegadas de California no se habían levantado aún en las calles, y los escasos cholos, como se llamaba a todos los pandilleros, sin distinción de Barrio, eran en las cárceles como animales exóticos y peligrosos a los que domar. Por si acaso intentaban sacar las garras, los paisas los mantenían en celdas y sectores separados, siempre vigilados.
Sin excepción, al tatuado que caía preso le imponían humillantes tareas de limpiezas de suelos y baños, conocidas en argot carcelario como talacha, y le hacían pagar hasta por el lugar donde dormir. Las miradas de orgullo se cerraban con golpes. Pandilleros que estuvieron en esas cárceles aquellos días cuentan que la indisciplina se castigaba en ocasiones hasta con descargas eléctricas mientras los custodios miraban a otro lado. Desafiar la autoridad de los líderes paisas podía costar la vida en unas cárceles en las que las tablas, los recuentos diarios de reos, a menudo no cuadraban porque los muertos no duermen en sus celdas.
Por eso parecía necesario correr el Sur -Southern United Raza-, una norma aún vigente entre las pandillas del Sur de California que prohíbe que dentro de una cárcel corra la sangre entre latinos. Un acuerdo impuesto por la Mexican Mafia, la temida eMe, que sirve para protegerse de las numerosísimas pandillas de negros y blancos, e incluye el pacto entre enemigos de no agredirse en zonas que abarcan varios kilómetros alrededor de los penales.
En las calles, el Sur prohíbe también matar niños, violar mujeres o atacar al enemigo en presencia de su familia. Dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos, a las pandillas que defienden esta especie de código de honor se las llama pandillas sureñas; y sureños a los pandilleros que lo respetan.
Para 2002 los sureños guatemaltecos eran algo más fuertes y estaban más hartos. Decidieron rebelarse contra los paisas. En los penales y en la calle formaron ruedas sureñas en las que participaban uno o dos representantes de las muchas pandillas californianas que ya tenían presencia en el país: White Fence, Chapines 13, Eleven Street, Lenux, Harpies, Play Boys… y por supuesto de la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, mucho más numerosas que el resto. Enemigos reunidos para comandar un solo ejército y tomarse las cárceles.
Durante un año, las órdenes de esas ruedas movieron engranajes en decenas de clicas y celdas. Sospechosamente, a ciertos penales comenzaron a entrar a diario pandilleros presos por pequeños delitos. Por un robo a una anciana, por tenencia de armas, por fumar marihuana justo delante de una comisaría. “Se les decía a los homies: vos hoy tenés que caer preso, y vos y vos, porque allá necesitan la esquina. Y allá que iban, y te dejabas caer preso”, cuenta un expandillero de la 18 que formó parte de esas ruedas sureñas. Armas de fuego, machetes, granadas, entraron a los penales ocultos en el cuerpo de esos presos voluntarios, o frente a los ojos de custodios cegados con un soborno.
Otro ex pandillero, este de la Mara Salvatrucha, cuenta cómo la pandilla entregaba armas a sus homies presos en la torre de tribunales, cuando salían a audiencia. “Solo decías que te había traído comida la familia, o cosas así, y ahí te daban tu pistola. Después al regresar al penal, como salíamos y entrábamos en grupos de a 10, al momento del registro nos agarrábamos a pencazos entre 7 u 8 de nosotros para que el que llevaba las ondas saltara la valla y fuera a descargarlas al sector 17”.
Los sureños acordaron fechas para las revueltas. Los objetivos principales eran la cárcel de Pavoncito y el Preventivo de Zona 18, dominios de dos líderes paisas especialmente destacados por su odio a los cholos. Por meses los pandilleros siguieron bajando la cabeza ante los reos comunes mientras planeaban el estallido.
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Silvestre recuerda el día que entró al Preventivo en septiembre de 2002. Tenía 20 años y cargaba las letras de la Mara Salvatrucha en la piel. Se creía muy fuerte. Había matado por rutina -y, admite, con cierta dosis de placer-, desde que a los 14 años su hermana le regaló su primera pistola, una Amadeo Rossi calibre .38, un revólver pequeño de frabricación brasileña. En teoría debía servirle para defenderse de los constantes asaltos de un pequeño grupo de pandilleros del Barrio 18 que campaban por su colonia con actitud de finqueros. Pero Silvestre era un joven con iniciativa. Con esa arma comenzó a asaltar comercios y autobuses en otras zonas de la ciudad.
Dice que al principio solo disparaba al aire o a las piernas. Fue Sadman, un pandillero amigo suyo, deportado del Norte de California, el que templó el pulso y le enseñó a apuntar a la cabeza. También fue el que, cuando Silvestre le pidió brincarse a su pandilla, le puso freno con un buen consejo: “No te conviene. En Guate solo pandillas sureñas van a quedar y las que se van a parar bien son la 18 y la MS. Mejor hacete de una de esas.” Antes de que terminara 1997 el ambicioso Silvestre ya había conseguido autorización para levantar su propia clica de la Mara Salvatrucha. Cuando en septiembre de 2002 llegó al Preventivo de Zona 18 le acusaban de diez asesinatos.
─No todos eran míos, pero no importa. Así es esta onda – dice Silvestre. Y sonríe. Sabe que también se ha librado de pagar por otras muertes que sí son suyas.
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El 23 de diciembre un joven líder de la Mara Salvatrucha, el Vago de Coronados, encabezó un motín en el penal de Pavoncito, a las afueras de Ciudad de Guatemala. Mientras un centenar de pandilleros sureños derribaba muros y abría rejas para hacerse con el control del recinto, el Vago se lanzó directamente a la búsqueda de Julio César Beteta, que por años había sido el líder de los paisas en esa cárcel. Según publicaciones periodísticas de aquellos días, el Negro Beteta, como le llamaban, acumulaba más de 50 mil quetzales (más de 6 mil dólares) al mes en impuestos a otros presos, tenía una oficina junto a la del director, y a aquellos que no cumplían sus normas los encerraba en unas bartolinas en las que permanecían hasta quince días con agua hasta las rodillas.
A Silvestre le contaron que el Vago se amarró pedazos de colchoneta en el pecho y la espalda como armadura improvisada, agarró un machete en cada mano y se encaminó al Sector 5, donde se alojaba Beteta. Unas horas después posaba frente a las cámaras de todos los noticieros del país con la cabeza del líder paisa clavada en una larga estaca. Esa víspera de noche buena, el Vago de Coronados se cambió el apodo y decidió que en adelante se llamaría el Diabólico de Coronados. Su nombre sonaría muy fuerte en la década siguiente. Y aún lo hace.
El motín de Pavoncito duró dos semanas y reforzó el respeto del Diabólico en el interior de la Mara. 14 muertos y 50 heridos son medallas para un verdugo. A principios de enero él personalmente llamó a Silvestre para darle instrucciones: la misma suerte de Beteta debía correrla el líder paisa del Preventivo: Byron Lima.
El capitán Byron Lima Sosa era el preso más popular de Guatemala. Estaba condenado junto a su padre y otras tres personas por asesinar en 1998 al obispo y defensor de los Derechos Humanos Juan Gerardi, quién sabe por orden de qué hombre con alma de Caín y poder suficiente para evitar la cárcel. A Lima, que era parte del Estado Mayor Presidencial del ex presidente Álvaro Arzú, le cayeron 20 años de prisión y nunca se dio con el autor intelectual del crimen. Quizá por eso el capitán, lejos de la deshonra esperable, conservaba importantes vínculos en las altas esferas políticas y del Ejército guatemalteco. Literalmente, gobernaba su propia cárcel. No solo recibía trato de favor, sino que imponía disciplina militar al resto de presos y controlaba todos los negocios del penal, los lícitos y los ilícitos. Lo cuentan varios expresidiarios y hace diez años era un secreto a voces: Lima tenía el monopolio de la compra de producto para los comedores y tiendas que los internos administraban intramuros. Lima te conseguía un teléfono y te vendía el saldo para usarlo. Lima introducía y vendía cualquier droga que se consumiera en el lugar.
“Si tenías pisto te recibía con los brazos abiertos,” cuenta Silvestre, “pero a nosotros… ʻLlévese a los cholos o los muchachos los van a matar ahí abajoʼ, les decía a las autoridades. Hasta el teléfono celular del director tenía, y ordenaba a los guardias que le abrieran o cerraran los sectores que él quería y los sombrereaba: ʻSi esas botas que cargás yo las mando a comprar. Abrime, ¿o querés que te despida o te haga trasladar?ʼ, les decía.
La palabra de Lima era la ley de dios en el Preventivo de Zona 18, y a Silvestre la Mara Salvatrucha le dijo que había que asesinar a ese dios.
El miércoles 12 de febrero de 2003, liderados por Spyder, del Barrio 18; Psyco, de la clica Alfa y Omega de la MS-13, y Chopper, también de Alfa y Omega, un total de 250 sureños desataron un motín en el Preventivo. Silvestre participó en él y cuenta que el capitán Byron Lima salvó la vida porque cuando inició la batalla no estaba en su celda del sector 7, sino en el área de visitas, donde logró protección de los guardias.
Quienes no escaparon a la guillotina de los cholos fueron sus lugartenientes. Ese día los pandilleros usaron las barras de pesas del gimnasio para abrir candados y asesinaron a siete hombres. Decapitaron a cuatro de ellos. Uno de los descabezados era Obdulio Villanueva Arévalo, un sargento mayor, antiguo compañero de armas de Lima, condenado a su lado por el asesinato de Gerardi. Cuentan que Villanueva trató de escapar de su celda haciendo a golpes un agujero en la pared, pero estaba demasiado gordo y no logró atravesarlo.
Después de la masacre del Preventivo, Lima fue trasladado varias veces, pero allá donde fue se llevó su autoridad consigo. Y su odio por los cholos. En 2008 tuvo su último enfrentamiento con ellos, en Pavoncito precisamente. Cuatro líderes históricos de la Mara Salvatrucha fueron decapitados por los civiles a las pocas horas de llegar trasladados al penal. Lima, el líder carcelario, asegura que trató de evitarlo pero no pudo. Diez años después, como si el tiempo se burlara de los muertos y de quienes matan en las cárceles de Guatemala, el capitán Byron Lima sigue siendo el principal líder de los paisas en el país y gobierna con rostro amable pero autoridad férrea el penal de Pavoncito. Dirige la cooperativa que controla todos los negocios del penal, incluida una maquila que elabora uniformes para la Fuerza Armada, y pese a que otros internos han puesto denuncias contra Lima por abusos, el actual director del Sistema Penitenciario lo considera un preso modelo.
Silvestre aún viste como si fuera pandillero pero hace siete años decidió que se bajaba del tren en marcha de la Mara Salvatrucha. En la cárcel había conocido a su segunda esposa y concebido con ella su segundo hijo. A este no quería perderlo como al anterior, que vive con su madre en Estados Unidos. “Hoy tengo por quién vivir y quiero vivir por ese alguien”, les dijo a los líderes de la Mara. Le sentenciaron a muerte.
Sentado en un banco de piedra, en la cárcel en la que todavía cumple condena rodeado de paisas y de otros pandilleros retirados -pesetas, traidores, los llaman los activos-, cuenta de nuevo la forma en que se les escapó Lima como si fuera una jugada intrascendente en mitad de un partido de fútbol que viene durando años y ya le aburre. Asegura que, al fin y al cabo, matar al capitán Lima era solo una parte de la misión y que en las instrucciones que Diabólico le dio en enero de 2003 había en realidad un plan oculto más importante.
─El motín en Preventivo tenía otro fin. Cuando hablamos, Diabólico me dijo que el plan era que por el motín nos movieran a todos a Pavoncito, para cumplir con lo que se había hablado en el 99.
─¿Y qué es lo que se había hablado en el 99?
─La ruptura del Sur. Diabólico quería que se rompiera ya de una vez, en Pavoncito, pero necesitaba tener a más gente, porque los de los números eran demasiados.
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