Maykol: el nombre de una desgracia de más de 500 años
0No tomes el nombre de tú Dios en vano, escoge el momento en que tenga efecto
Por Gabriela Miranda
Hace unos días en la ciudad de Guatemala, bajo una temperatura altísima, falleció un bebé de once meses de edad afuera de un hospital. Murió por diversas causas, diarrea, desnutrición aguda y falta de atención médica. Como ya sabemos en sociedades desiguales la muerte de un niño de este modo es corriente.
Sin embargo, la polémica se levantó. Los sectores reaccionarios culpan a la madre, aquellos con conciencia social acusan al Estado. Todo mundo sabe que hubo errores. Mi postura es simple, en realidad el niño murió, porque el sistema capitalista, colonial, adultocéntrico y patriarcal funcionó perfectamente bien. Funcionó tal y como lo que es: un sistema de muerte, que causa la muerte o que deja morir. Ninguna de sus partes falló. O tal vez sólo una: la fantasía de que funciona en nuestro beneficio. No logramos ver el error del sistema por su complejidad y debido a la obnubilación, o la fe ciega, que hemos aprendido. Pero la muerte de un niño empobrecido es sin duda, la finalidad del sistema, porque esa es su función: asesinar a los prescindibles.
Hay muchas cosas que podríamos analizar de este hecho ocurrido. Lamentablemente nada de lo que digamos podrá resarcir tan irreparable daño, y yo lo lamento.
Quiero partir de un solo elemento que usaré como hilo conductor: el nombre del niño, Maykol. A todas luces, aunque no toda la población, nos damos cuenta del error en la transliteración del nombre. Se trata de una especie de sobrecorrección lingüística. Una sobrecorrección es una falta ortográfica que ocurre en el intento de adoptar un estilo prestigioso. Podríamos decir que Maykol es una sobrecorrección colonial: un intento de adoptar un nombre extranjero y se usa equivocadamente con un tremendo error ortográfico.
Esta por demás decir que casi la totalidad de los nombres que usamos en Latinoamérica son extranjeros o a lo sumo mestizos. Existe una historia de colonización que obligó a los habitantes de las colonias a usar los nombres o apellidos de los colonizadores. Pero más allá de esto, existe un aprendizaje colonial, una idea subjetiva que me impone un deseo: el deseo de asemejarme al colonizador. A su color, a su forma, idioma o preferencias. La colonialidad implica también la imposición del deseo.
Quien sea que le dio nombre al niño, lleva esta dolorosa historia a cuestas. No es el resultado de la ignorancia, la elección de este nombre es el resultado de la colonización. Por eso, aunque la vida de Maykol inició hace 11 meses, su historia lo hizo hace más de 500 años.
Pero he ahí, que nadie que nace en la punta de la miseria, puede llamarse Michael. Los Michael de acá son otros, los imposibles de nombrar, los que no van a vivir, los que tienen un nombre mal escrito. Son a los que se les intenta salvar de un simple Juan o José, creyendo que un Michael, no delatará su origen de miseria y exclusión, creyendo que un Michael, podría haber engañado a la muerte.
Y sin embargo, aún queda la rebeldía de nombrarse, de expropiar el nombre, de asumirlo y escribirlo con mis propias letras. La rebeldía de nombrarse y ajustar el nombre, sacarle letras, ponerle otras, resignificarlo. El atrevimiento de corregir el nombre del colonizador, me hace saber que no todo está perdido, que quedan grietas para sobrevivir. Que la colonización no es absoluta.
Por eso, para mi, lo más doloroso de todo, es el nombre del niño, porque hay en él una declaración de guerra. Y a la vez, lo más hermoso de esta abrumadora historia, es el nombre, porque hay en él, el atrevimiento de la corrección que hacen los sobrevivientes.