Alianza entre floricultores y exportadores, en un hilo por una cementera
0Por Rodrigo Véliz
Digamos que las rosas son las flores de Ciudad de Guatemala. Para los pretendientes y enamorados del día del cariño, las mamás cada 10 de mayo, las coloridas tumbas de los primeros de noviembre, y las del católico paisaje de la Semana Mayor. Y digamos que estaba alcanzándose una idílica alianza entre productores pequeños y medianos de flores y exportadores en el pueblo que las produce. Pero se instaló una planta para producir cemento.
El negocio de las flores ha ido en aumento. En 2008 se producían 231 mil quintales y en 2013 fueron casi 269 mil, según cifras del Banguat. Guatemala incluso se coló entre los productores mundiales y en los últimos diez años se pasó de exportar de 1.2 millones de kilos de rosas a casi el doble: 1.9 millones a Europa, Estados Unidos, México y Centroamérica. Un negocio de US$8.8 millones (Q68 millones).
«Todavía poco, si se le compara con los grandes productores de Kenia, Colombia, Ecuador y Tanzania, donde las condiciones son las más óptimas para el cultivo», dice Fernando Cabarrús, presidente de la Comisión de Flores y Follajes de la Asociación de Exportadores de Guatemala (Agexport). La producción guatemalteca alimenta tan sólo el 0.06% de la demanda mundial de flores. Aún poco, pero suficiente para dinamizar una producción limitada que en el mercado local ganaba poco.
En medio de este pequeño boom surgió en 2005 la Asociación de Floricultores San Juaneros (Asoflorsa), en la principal región productora de flores en la región: San Juan Sacatepéquez, a 25 kilómetros de la ciudad capital. Tras varios meses de pláticas, Asoflorsa logró plantear una propuesta seria a Agexport. Finalmente tendrían acceso directo a consumidores fuera del país.
Pero esta alianza ideal entre comunidades y agroexportadores se quebró tres años después. En medio de los acercamientos, Cementos Progreso inició la construcción de una planta cementera en las inmediaciones de 12 de las principales aldeas productoras de flores.
La negativa de muchos de los productores a dejar que la empresa se instalara se enfrentó con lo que consideraron una neutralidad de parte de Asoflorsa al afrontar el problema. El ex presidente de la Junta Directiva de Asoflorsa, Celestino Turuy, confirma la ambivalencia: «Yo tengo mis terrenos en las 12 comunidades, donde está la cementera, y me he opuesto desde un inicio. Pero como algunos productores asociados no eran de San Juan, en Asoflorsa nunca se tomó posición, y prefirieron mantenerse neutrales».
Para los productores afectados esto fue una traición. «Allí fue cuando muchos decidimos salirnos», afirma Mateo Raxón, un mediano productor de rosas y claveles. Un productor mediano puede producir alrededor de 6,400 docenas mensuales, que pueden venderse en unos Q50 mil.
La decisión de la neutralidad parecer haber sido estratégica: Las 12 comunidades creen que por eso Asoflorsa logró ingresar a Agexport. Turuy, quien lideró este ingreso, contradice esta aseveración y asegura que fue «sin ningún apoyo de la cementera». Ferias, capacitaciones, y contactos después les permitieron exportar regionalmente. Ahora, además de proveer de flores al mercado del país, exportan a México, Honduras y El Salvador. Como asociación generó en el último año ganancias netas de US$65 mil (Q507 mil).
Al resto de los productores, los que se negaron a permitir que se instalara una cementera en medio de sus cultivos y decidieron salirse de la asociación, este crecimiento económico se les vio truncado.
Los límites para crecer
Salir de la producción para el consumo es un problema para cientos de miles de pequeños productores. Las fechas en que la producción agrícola se diversificó son tan recientes (30 años atrás) que sorprende imaginar cómo la economía guatemalteca se limitó por treinta años a tres o cuatro productos para exportar, y por un par de cientos de años a un sólo producto como motor de toda la sociedad.
Los productores de las doce aldeas de San Juan Sacatepéquez recuerdan cómo sus abuelos eran mozos colonos en las fincas de café. Su tiempo lo dividían entre el trabajo del café y las necesidades de la finca, y la siembra de alimentos para consumo. En esas condiciones resultaba imposible pensar en diversificar sus cultivos.
«Con la reforma agraria (en 1952) eso cambió», recuerda un productor que prefirió no ser citado debido a una orden de captura en su contra. «Se fraccionaron las fincas, se entregaron títulos y al menos mi abuelo comenzó a buscar qué sembrar». De allí vino la idea de tomar las semillas de flores silvestres e intentar domesticarlas. Varios productores siguieron el ejemplo y empezaron a surtir al mercado capitalino. «Eso fue a finales de los setenta».
Mateo Raxón recuerda que su abuelo pertenecía a la Cooperativa Nueva Vida, que contaba con más de 4 hectáreas para producir. Allí aprendió todo lo que sabe sobre la producción de flores. El Banco de Desarrollo (Bandesa), una institución financiera creada durante la fase desarrollista de los gobiernos militares de Carlos Arana y Kjell Laugerud (1970-1978), apoyó desde un inicio a la cooperativa. Hasta que las políticas de Estado comenzaron a cambiar en los ochentas, en medio de una fuerte crisis económica.
«Bandesa dijo a los agremiados que quitaran sus cultivos, que había que innovar y que les traerían nuevas líneas de crédito y semillas». Los cooperativistas hicieron lo sugerido y lo prometido nunca llegó. Perdieron todo. «Fue un error», dice Raxón.
Treinta años después los productores de flores, herederos de estas aperturas y fracasos, encontraban una nueva limitación.
Cemento o flores
Desde que los productores se enteraron de los planes de la cementara, en el 2006, iniciaron los acercamientos y diálogos. Tras ocho años no hay un solo acuerdo. Mauro Cosajay afirma que las visiones de ambas partes siempre han sido opuestas. «Recuerdo una de las primeras reuniones con la empresa. El gerente general nos ofrece cursos de capacitación con el Intecap, pero vemos que no hay nada para lo agrícola. Preguntamos y él nos responde que hay que pensar que en el futuro lo agrícola debe quedar atrás. ¿Se imagina la cara que pusimos todos los productores?».
La empresa da por terminado el debate. Desde que comenzaron a construir la planta el año pasado evita dar declaraciones a prensa sobre el tema. Ni el gerente general ni ninguno de los directivos ni la oficina de relaciones públicas de la empresa quisieron responder a este reportaje, ni por correo ni por teléfono ni llegando a sus oficinas en persona. En sus comunicados públicos se lee que han hecho todo lo que está en sus manos para solucionar la problemática y que tan sólo es un reducido grupo el que se opone.
Los productores creen que esa es suficiente razón para evitar la instalación de la empresa. Denuncian que desde el comienzo de las explosiones para la construcción de la planta en el 2008, el polvo caía sobre el plástico que cubre la producción, sostenido por delgados troncos de madera, dificultando la entrada del sol y con eso limitando el crecimiento de las flores.
El agua, como en otras explotaciones de ese tipo, es un problema que se está comenzando a sentir, como lo confirma la misma Agexport en la página web que le dedica a Asoflorsa. «Antes uno conseguía agua a 6 metros de profundidad del pozo. Ahora tenemos que bajar hasta 60 metros. Peor va a ser cuando la empresa empiece sus operaciones», sostiene Cosajay.
La empresa tiene pensado procesar más de 2.3 millones de toneladas de cemento al año. Según cifras de la empresa, llegaría a emplear más de 900,000 litros cada ocho horas. Un productor utiliza un promedio de 3,180 por cada riego, que debe realizar cada tres semanas. La diferencia de productos y de cantidades de agua es enorme.
En la primera fase de la construcción de la cementera fue necesario, según la misma empresa, «limpiar el terreno y reforestar». Un informe de la PDH sobre la violencia en San Juan Sacatepéquez afirma que antes del 2006 no existían en el municipio graves problemas de deforestación. La tala de árboles es la que, según los productores, ha ocasionado la disminución de los mantos acuíferos.
A eso se le suma la violencia que generaron las políticas del gobierno del Alfonso Portillo y de Óscar Berger cuando reavivaron a las antiguas Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) al darles responsabilidad en la seguridad comunitaria, como lo resalta el informe de la PDH. Estructuras paralelas se activaron y como justificación a los altos índices de criminalidad y violencia comenzaron las rondas nocturnas y los asesinatos extrajudiciales a los que parecían sospechosos.
Se mezclaron dos fenómenos. El del repunte del crimen y de las juntas de seguridad de expatrulleros civiles y el de la tensión social ocasionada por la instalación de la planta cementera.
El resultado fue el esperado: Desde el 2008 que se tiene registro de órdenes de captura y presencia definitiva de militares en el área. En el 2013, tres productores de flores fueron capturados y luego dejados en libertad por falta de pruebas, y en la actualidad existen más de diez órdenes de captura en contra de productores de flores. Ramona Chocón, de la Asociación de Abogados Mayas de Guatemala, afirma que no fue posible para ellos, que llevan el caso, acceder al expediente en la Fiscalía del Ministerio Público en San Juan Sacatepéquez.
¿Cemento y flores?
Los productores de las 12 comunidades, pequeños y medianos empresarios, han tenido que ingeniárselas para sostener la lucha que tienen contra la instalación de la cementera, que parece ser una prioridad estatal –el Presidente de la República ha llegado a inaugurarla en tres ocasiones–.
Han intentado por medio de partidos políticos, como fue el caso en las últimas elecciones. En ellas apoyaron a Winaq, pero terminaron saliéndose de la alianza debido a que se les impuso un candidato en vez de consensuarlo con las bases del municipio. El partido quedó en tercer lugar y la alcaldía la tomó el candidato del Partido Patriota.
Durante estos años han recibido críticas sobre sus posibles financiamientos. Numerosos documentos y correos apócrifos que circulan por internet afirman que reciben apoyo de organizaciones “terroristas” financiadas por organizaciones escandinavas.
Incluso hubo un programa televisivo, Reporte Especial, de Canal Antigua, que hizo un programa en marzo de 2012 en el que repite varias veces la palabra terrorista para acusar a la cooperación sueca y a quienes se oponen a la instalación de la cementera en San Juan.
Esto los ha indignado y publicarán sus fuentes de ingresos: vienen por una parte de aportes puntuales de cada uno de los productores y, desde hace tres meses, también de un huerto colectivo de rosas y claveles. Cada junta de comunidad manda periódicamente a algunos productores para hacer el trabajo colectivo que el huerto necesita.
La inversión total fue de Q150 mil, que esperan solventar al cabo de 8 a 10 meses para comenzar a generar ganancias que les servirán para sus movilizaciones.
«No es poco, la verdad», señala Mateo Raxón. «Por eso somos celosos de nuestros cultivos. Si la empresa viene y genera trabajo, sería ilógico oponerse. Pero si nosotros aquí generamos empleo, producimos, y vamos a ser afectados, ahí está el problema. No estamos en contra del cemento. A todos les sirve el cemento, nosotros podríamos comprarles cemento, y ellos de vez en cuando nos podrían comprar rosas a nosotros. Todos nos echaríamos la mano. Ese es el verdadero desarrollo que buscamos».